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  • Un paseo razonado por el jardín de las barbaridades

    Es por ello que los más ruines se empeñan tanto en ofuscar los procesos, pues les interesa menos la justicia que mantener la arbitrariedad.

    No sorprende que la hija de un ex-gobernante defienda con uñas y dientes la causa de su padre enjuiciado. Será un poco raro referirse a él en tercera persona, pero más raro sería no mover cielo y tierra para ayudarle en su momento oscuro.

    Tampoco extraña que un ex-funcionario justifique su régimen, cuando siente en la nuca el resuello de la justicia que alcanza a algún compañero de gestión. Nadie quiere pensar que la humedad y el mal olor de una cárcel pudieran ser apenas la mejor parte de su ancianidad. Más vale un rato colorado, diciendo sinvergüenzadas por la prensa, que cien meses negros en Pavón.

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  • Hoy les tocaba a ustedes

    La historia no es fruto de una sola parte, todos intervenimos en ella. Pero algunos tienen bastante más poder que otros para escribirla.

    Los sistemas sociales tienen una particularidad casi orgánica: se reproducen y viven más allá de sus miembros. Mientras no cambien la reglas, pueden reemplazarse las personas, que las estructuras seguirán intactas, las relaciones sociales seguirán vigentes.

    Esto tiene implicaciones prácticas e implicaciones éticas. En términos prácticos, querer cambiar el sistema exige esforzarse en cambiar sus reglas. El optimismo desenfrenado del «¡sí, tú puedes!» es tan ineficaz como el peor cinismo, si la intención no se concreta en nuevas reglas.

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  • Pilatos les sonríe

    Poco importó que en la bóveda del saber no hubiera oro ni plata, sino apenas palabras vacías, palabras robadas.

    El papel moneda es un invento genial. Cansados e incapaces de acarrear montones de plata, los financistas de la China antigua dispusieron hacer transacciones sobre el valor de su palabra.

    Los billetes empezaron siendo promesas sobre la riqueza material: “por diosito y mi madre que si me presenta este billete, yo le doy su plata”. Terminaron siendo netamente instrumentos de confianza: “por diosito y mi madre que este billete vale lo que le digo”.
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  • En la casa de los espejos

    Me da vueltas la cabeza. ¿Tan perdido estaré? Cansa ver todos los días a la más auténtica canalla proclamando que los buenos son malos y los malos son víctimas, mientras los más poderosos insisten que el optimismo sin crítica es la paz.

    La Fiscal General recupera el Ministerio Público. Aumenta la eficiencia, se extraditan narcos, suben los casos que llegan a condena. El “público” la premia: 32 tachas a su expediente de reelección.

    La jueza declara culpable al golpista, ése que lideró un ejército dedicado a moler aldeas enteras en sus piedras de sangre. El tribunal de “honor” del Colegio de Abogados la suspende de la profesión, porque “humilló” a un defensor.

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  • Jugarse el pellejo

    Es una invitación a jugarse un poco el pellejo. Es una invitación a hacerse peatón de la vida nacional.

    Zona 14, Ciudad de Guatemala. Todavía es un barrio elegante y el dinero está a la vista. Cada dos cuadras alguien se apura a derribar una casa antañona para construir un edificio reluciente.

    Camino a una cita de mañana. Aunque es martes en hora de entrada al trabajo, somos muy pocos los dueños de la calle. Mi única compañía la hacen guardias privados apostados frente a alguna puerta y las empleadas de hogar, que aprovechan el paseo obligado del perro para escapar del sofoco doméstico.

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  • Juntos y revueltos

    Los Acuerdos de Paz ofrecieron salidas, pero las desperdiciamos; sobre todo al renegar de una condición necesaria para ello: botar las barreras, admitir que navegamos en el mismo barco.

    El agua moja la playa y nos parece obvio el límite entre la tierra firme y el mar. Pero ¿es acaso cierto?

    Con cada ola que entra, la arena sorbe un poco del océano. Pero igualmente el mar se lleva un poco de arena aguas adentro. Apenas nos detenemos a pensarlo, reconocemos lo problemático que es definir cualquier frontera. Burkeman, en un libro dedicado a examinar las penas que pasamos en nombre de la felicidad, destaca que ni la piel, tan obvia barrera entre el yo y el mundo, resulta impermeable. A escala atómica es incluso imposible distinguir dónde termina uno y empieza el otro.

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  • Un peligroso juego con cuchillos

    Lo que ese autor ensaya es un malabarismo pernicioso. Encima, torna más altas las apuestas al usar cuchillos de doble filo.

    Hace unos días vi un malabarista callejero. A esa actividad de poca paga, él agregaba un reto especial: hacía sus malabares con tres machetes.

    El temor al desastre inminente impulsaba a voltear la vista. A la vez, el morbo forzaba a seguir viendo. Por supuesto, el fulano sabía lo que hacía, y el dominio de sus machetes le impulsaba a tomar un riesgo calculado. Lo más probable era que todo saldría bien, y cosecharía algún dinero entre su audiencia informal. Pero la posibilidad de herirse era real e inescapable.

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  • Una agenda para el Comité de Crisis

    Ya que les escucha el señor Presidente, ya que tienen casi toda la plata y mucho del poder, hoy sí, resuelvan la crisis.

    Irremediable: después del titular en elPeriódico, ya no dejaremos de llamar Comité de Crisis a una junta del CACIF con el Presidente de la República.

    Viendo la noticia, reaccioné con más celeridad que prudencia. «Arrogancia escandalosa», la llamé en Facebook. ¿Quiénes se creían esos señores, para calificar solos con el Presidente lo que sería una crisis? Un amigo, que afortunadamente lee los medios con más pausa, me hizo enmendar: primero hay que verificar. Especialmente cuando elPeriódico ha resultado un eficaz enemigo de su propia credibilidad.

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  • No, no alcanza con la voluntad

    Con voluntad o sin ella, son las conductas prácticas las que producen cambios.

    ¿Alguna vez ha querido perder peso? Esta experiencia, común en vidas sedentarias, es buen modelo para entender por qué el voluntarismo nunca alcanzará para cambiar una sociedad.

    Recientemente tuve un sparring amistoso por Twitter. La materia del debate era la ausencia de mujeres en política. Yo apostaba por usar cuotas para las mujeres como forma de aumentar las oportunidades de participación femenina en un espacio dominado casi exclusivamente por los hombres (si lo duda, baste un vistazo al Congreso, la ANAM o las cámaras empresariales). Mi interlocutor no creía en las cuotas, prefiriendo la voluntad y la capacidad como mecanismos para ampliar la proporción de mujeres que activan en política.

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  • Un empresariado inevitable

    Pensar que el mercado lo resuelve todo, o que del capitalismo saldremos como quien se quita una camisa sucia, es tan ingenuo como querer verle los pies al divino rostro.

    Al capitalismo del siglo XXI le urgen reformas profundas. Caducó el balance entre trabajadores, empresarios y Estado, construido desde las primeras huelgas decimonónicas hasta la segunda posguerra mundial.

    El conflicto en dos siglos parió un Estado vigilante, un capitalismo regulado y una ciudadanía industrial con derechos. Pero en nombre de la globalización se desdibujaron los bordes del Estado, se olvidaron los pactos y creció la necesidad de revisar el contrato. Vinieron los primeros reclamos a final de la década de 1990, pero fueron sofocados astutamente en nombre del antiterrorismo después de 2001. La catástrofe financiera de 2008 volvió a poner el tema sobre el tapete. Por más que los bancos se afanan en decirnos que agregan un valor descomunal a las economías, ya no les creemos. Pero no sabemos quién se sentará a la mesa a renegociar el pacto (¿cuál mesa, cuál pacto?, agregaríamos). De allí los desvelos, tanto de empresarios en Davos como de activistas del Occupy Wall Street.

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