Tag: ética

  • Las estructuras sociales, o de por qué parecías hecho para mejores cosas

    Las estructuras sociales, o de por qué parecías hecho para mejores cosas

    En las ciencias sociales y la filosofía, hace rato rugen furiosos los debates entre los estructuralistas, que apuestan a que los fenómenos sociales responden a estructuras más profundas, y quienes dicen que no, que lo que vemos es lo único que hay.

    Margaret Thatcher lo ilustró cuando en 1987 afirmó en una entrevista: «… no hay tal cosa como la sociedad. [Solo] un tapiz viviente de hombres, mujeres y personas, y la belleza de ese tapiz y la calidad de nuestras vidas dependerán de cuánto esté preparado cada uno de nosotros para asumir la responsabilidad de sí mismo.» Asignó taxativamente estatus de realidad a la gente —los seres biológicos, con sus decisiones— mientras lo negaba a su conjunto, ese que llamamos sociedad.

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  • Ser bueno, hacer el bien

    Ser bueno, hacer el bien

    Sigue resonando en la conversación política la captura del expresidente Colom y de su gabinete. Hay razón, pues obliga a cuestionar todo y a todos.

    Para el cínico cansado, la noticia permite reiterar la denuncia: «¡Toda la clase política está podrida!». Para el netcentero y el socio del pacto de corruptos, ofrece la excusa perfecta: «¡Ya vieron! ¡Colom es tan mafioso como Pérez Molina!». Para los más reflexivos, da ocasión de construir argumentos —no se puede reformar sin transar con el poder real— o para sentirse decepcionados, aun cuando aquí el engaño hace rato que lo practicamos todos como forma de vida.

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  • El ministro fiel

    El ministro fiel

    Tuvo un mal par de semanas Julio Héctor Estrada, ministro de Finanzas. No bastó que sacrificara sus proyectos de transparencia fiscal al renunciar, que igual fue señalado por tardío. Lloviendo sobre mojado, el diario La Hora lo acusó de participar en la obscenidad legislativa del #PactoDeCorruptos. Para ponerle la tapa al pomo, Nómada publicó un audio en el que se oye al ministro opinando sobre el plan indecente.

    Conozco poco a Estrada: participé en una reunión en que explicó a columnistas sus planes de reforma fiscal. Intercambié con él mensajes cuando se tomó el tiempo de leer y comentar una columna mía. Y un amigo en quien confío trabajó de cerca con él y da referencia de sus buenas intenciones.

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  • ¿Quién es bueno?

    ¿Quién es bueno?

    «Era un tipo bueno: todo el dinero que consiguió como presidente se lo dio a su mamá». El chiste viejo ilustra el problema.

    Cómo saber quién es bueno y quién es malo? La inmensa mayoría de las personas resuelven la pregunta de forma normativa: dejan que alguien más les dé instrucciones explícitas acerca de lo que hacen los buenos y de lo que hacen los malos. Luego, reconocerlos es fácil: si te comportas como te digo, eres bueno. Si no haces lo que digo, eres malo.

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  • Las cosas no sienten

    La patria no sufre. Sufre la gente.

    Nos encanta y nos sirve hacer como que los objetos mentales tuvieran existencia propia. Pero solo existen en nuestra imaginación.

    La reificación no es asunto banal, pues en nombre de tales seres inventados nos convencemos de hacer muchas cosas, a veces buenas y algunas muy malas. Harari propone una prueba sencilla para determinar si un sujeto es real o inventado, para saber si es una persona o una cosa. Recomienda preguntar: ¿puede sufrir? Si la respuesta es sí, entonces ese alguien es real. Si la respuesta es no, el asunto es ficticio y no basta por sí solo como base de un argumento, menos aún como razón para actuar o dejar de actuar.

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  • Dignidad

    Cuando los ciudadanos agachamos la cabeza y aceptamos los desmanes —en el Estado, en la universidad o desde la religión—, igualmente evadimos la responsabilidad de ser agentes de una vida digna.

    En la conferencia de prensa, el presidente esquiva responder quién pagará la cuenta del hotel: «No tengo por qué dar declaraciones sobre eso». Ufano, dice que fue «un arreglo privado».

    El vicepresidente explica: «Yo, como médico, incluso de forma personal, he consumido medicamentos que están vencidos».

    De golpe, 11 diputados cambian de partido. Como parvada alborotada se apuran antes de que valgan las reformas para frenar el transfuguismo. El partido oficial recibe a 8 y el presidente se contradice. Que representa la unidad nacional, dice, mientras su partido corea que lo hicieron «por el bien de la nación».

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  • Quitar el callo moral

    Esos que salen a la calle a sonar tambores, los que se juntan en la plaza y los que insistimos en señalar debilidades no somos vagos ni leninistas, resentidos o terroristas. Apenas rascamos la costra.

    El televisor en la sala de espera pasa la noticia sobre el destape de los salarios descomunales del personal administrativo en el Congreso. Una mujer conversa con la recepcionista del lugar. Con desparpajo cuenta que está entre quienes reciben esos salarios exagerados.

    No solo es una empleada fantasma, agrega, sino que el dinero no es para ella. De lo cobrado, la mayoría va a parar, mes a mes, al bolsillo del diputado que la colocó. Está indignada, dice. No por ser parte de una maniobra ilegal, sino por el injusto trato del diputado.

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  • ¿Le debemos algo los ciudadanos al presidente Jimmy Morales?

    Si los ciudadanos hemos de levantar la mano para jurar y deber algo, no será al presidente Morales, sino que a nuestra propia responsabilidad de vigilancia.

    Ante el título, primero la respuesta corta: no. Y así bastaría, salvo que defrauda a los lectores y decepciona a los editores. Así que a trabajar un poco más para explicarme.

    Algunos comentaristas insinúan que la ciudadanía le debe cierta libertad de acción a Morales. Primero, por razones políticas y prácticas habrá quien pida compás de espera, aunque ya nadie hable de 100 días para el nuevo gobierno. El mismo Morales implica este argumento en su discurso inaugural, centrado en esperanzas más que en propuestas, así no lo haga explícito. Eso es pedir la confianza de que, aunque no sepa cómo resolver los grandes retos del Estado, encontrará o al menos buscará una solución.

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  • Una carrera justa

    ¿Por qué hablar de dignidad cuando lo urgente son nuevos gobiernos y protestas en el parque?

    Vista desde el resultado, una carrera no es justa, afirma Ronald Dworkin. Al final, solo uno de todos los corredores podrá obtener el oro.

    Más aún, toda carrera está amañada: desde su diseño existe para premiar a un solo ganador. ¿Habrá que pedir que en las carreras haya medallas para todos? Por supuesto que no, responde Dworkin. Este ejercicio nos enseña que la justicia y la igualdad tienen poco que ver con el punto de llegada, con la meta. La justicia tiene todo que ver con el punto de partida, con las condiciones del trayecto.

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  • El mal, la culpa y la responsabilidad

    Mal es «lo que se aparta de lo lícito», dice el diccionario. Es el daño y la ofensa, la desgracia y la calamidad, la enfermedad y la dolencia. Malo es quien «carece de la bondad que debe tener según su naturaleza o destino», agrega.

    Mal hace el funcionario que por dinero defrauda a los enfermos. Mal hace quien pone a esos enfermos en manos incompetentes y les causa dolencias, muerte incluso. Malo es quien se excusa con que «es normal que las personas mueran por insuficiencia renal».

    Culpa tiene quien ocasiona el mal. Culpa es lo que se le achaca a quien, debiendo esmerarse en su tarea, no lo hace. Culpa es lo que se le atribuye al que hace lo injusto. Culpa es escoger el mal.

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