Tag: empresarios

  • No lo digo yo, lo dice James Robinson en el Enade

    No lo digo yo, lo dice James Robinson en el Enade

    Lentamente la fundación empresarial de desarrollo económico y social descubre el agua azucarada. En 2013, con algarabía, la Fundesa convocó su «primer» acuerdo de desarrollo humano. El PNUD ya llevaba publicados 10 informes al respecto. Quizá debo agradecer: cada quien aprende a su ritmo.

    La historia se repitió la semana pasada. James Robinson presentó en el Encuentro Nacional de Empresarios (Enade) la tesis publicada hace 7 años con Daron Acemoglu en Por qué fracasan los países. Explicó la relación entre élites extractivas, mala gobernanza y pobreza.

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  • Propósito de enmienda

    Propósito de enmienda

    Todo adulto tiene cosas por las que debiera disculparse. Mentimos usted y yo si lo negamos. El sexo, el dinero, el poder y el querer vernos bien se traducen con frecuencia en conductas de las que luego nos avergonzamos. Y como nos avergonzamos de la vergüenza, callamos esperando que nadie lo sepa. A veces funciona y morimos con nuestras mentiras. A veces no.

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  • Robar el nesuma

    Robar el nesuma

    En hebreo, nesuma significa alma. La palabra es transliteración al español de un término que nos llega a Occidente por vía del yidis.

    Cuentan que robar el nesuma es el pecado de quitarle a otro la felicidad, de arrebatarle la esperanza que da alegría. Visto así, es un pecado grande. Porque sabemos que la vida es dura, pero se hace más pasadera cuando hay esperanzas que le dan sentido. Y que, aunque sea dura, si hay alegría se olvida el dolor.

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  • Respuesta equivocada

    La Fundesa y su élite empresarial deberían escarmentar en pellejo ajeno, aprender la lección que la historia escribe sobre la carne y la vida del mismo presidente: no se puede pedir a los demás el cambio sin cambiar uno mismo, no basta querer el bien sin asumir su costo.

    Me preocupa mi peso, pero me encanta comer. Así es para todos: vivimos en contradicción, somos la contradicción. Es imposible ser de otra forma.

    Pero algunas contradicciones acarrean más consecuencias que otras. Mi batalla cotidiana con las calorías da más risa que preocupación, aunque pudiera terminar como Tomás de Aquino. En cambio, si dijera amar a mi pareja para luego traicionarla con otra persona, la contradicción tendría efectos graves.

    Así también hacen mucho daño las incongruencias de quienes tienen la mano en el timón de la política o juegan con las grandes finanzas. Causan mucho pesar las inconsecuencias de quienes afectan la vida y la prosperidad de muchos. No todas las contradicciones son iguales.

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  • Diálogo entre don Avarino Cacifón y el administrador de su fábrica de tortillas

    Cualquier emprendedor lo sabe: primero se invierte, luego se produce y finalmente se gana. Estos, en cambio, lo quieren al revés.

    Parado en la esquina del mercado, mientras esperaba el bus, era imposible no escuchar la conversación. El hombrecito moreno pedía con insistencia, y el otro, un tipo gordo y rosado, iba levantando cada vez más la voz.

    Don Avarino, fíjese que necesito más plata pa’ la fábrica de tortillas, que la cosa no está caminando, usté.

    —¿Cómo así que no está caminando?

    —Pues sí. Fíjese que no está saliendo la cantidad de tortillas que necesitamos.

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  • ¿Quién dejó salir al perro?

    Por supuesto, salgamos a perseguir al perro para que vuelva a entrar a la casa. Pero a la vez hay que cerrar la puerta para que no se vuelva a salir.

    La Cicig y el MP han hecho evidente la corrupción extensa en el Gobierno y la política. Han mostrado cómo los intereses ilícitos particulares prevalecen sobre las decisiones gubernamentales. Jueces y administradores terminan respondiendo al dinero antes que al interés común.

    Establecida esa relación, la mafia va más lejos. Captura directamente los recursos del Estado. Cierra contratos mañosos, como en el caso del IGSS, o roba descaradamente los fondos públicos, como en el caso de La Línea.

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  • La penosa necesidad de validación del «sector privado»

    En la antigüedad, la relación entre poder y riqueza era transparente. Los reyes se arrogaban el mando como derecho divino y se apropiaban del trabajo de los demás porque les tocaba.

    Con la modernidad se entrelazaron de forma nueva dos conceptos. El primero, presente desde la Grecia antigua, fue la democracia: la soberanía es del pueblo, no de un monarca arbitrario. El segundo es más nuevo, el capitalismo: la riqueza es autónoma y pertenece al que la produce. Todos ganamos al reconocer la propiedad y liberar el intercambio del yugo de un monarca expoliador.

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  • Un empresariado inevitable

    Pensar que el mercado lo resuelve todo, o que del capitalismo saldremos como quien se quita una camisa sucia, es tan ingenuo como querer verle los pies al divino rostro.

    Al capitalismo del siglo XXI le urgen reformas profundas. Caducó el balance entre trabajadores, empresarios y Estado, construido desde las primeras huelgas decimonónicas hasta la segunda posguerra mundial.

    El conflicto en dos siglos parió un Estado vigilante, un capitalismo regulado y una ciudadanía industrial con derechos. Pero en nombre de la globalización se desdibujaron los bordes del Estado, se olvidaron los pactos y creció la necesidad de revisar el contrato. Vinieron los primeros reclamos a final de la década de 1990, pero fueron sofocados astutamente en nombre del antiterrorismo después de 2001. La catástrofe financiera de 2008 volvió a poner el tema sobre el tapete. Por más que los bancos se afanan en decirnos que agregan un valor descomunal a las economías, ya no les creemos. Pero no sabemos quién se sentará a la mesa a renegociar el pacto (¿cuál mesa, cuál pacto?, agregaríamos). De allí los desvelos, tanto de empresarios en Davos como de activistas del Occupy Wall Street.

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  • Ceder o conceder: el Enade y un dilema para la élite

    No es igual reconocer la enfermedad que animarse a tomar la amarga medicina, como hoy les exige la historia.

    Puesto a escoger entre los destinos de Luis XVI de Francia y Guillermo III de Inglaterra, ¿qué preferir? Entre el poder absoluto, siempre amenazado, y el poder compartido, ¿qué será mejor?

    Al enfrentarse monarquía y oposición, Luis optó por ceñirse a la tradición absolutista de sus antepasados homónimos Luis XIV (“después de mí, el diluvio”) y Luis XV (“el Estado soy yo”). Acabó con la monarquía y cosechó como premio un guillotinazo. Mientras tanto, Guillermo reconoció el poder compartido que le exigían los líderes de la Revolución Gloriosa, y a cambio agregó Inglaterra, Irlanda y Escocia a sus ya valiosos dominios holandeses. El balance inclusivo de poder que generó, a la larga lanzó a Gran Bretaña a la Revolución Industrial y le dio una prosperidad como nunca antes había visto la humanidad. Buen negocio, ¿no?

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