Tag: elecciones

  • Pureza ideológica o votos para el cambio

    Pureza ideológica o votos para el cambio

    Hace una semana escribí que en la próxima carrera electoral no debemos atender a las etiquetas de derecha o izquierda que usan los candidatos para definirse a sí mismos y a sus contrincantes.

    Recibí crítica de lectores, tanto de quienes dijeron ser de derecha como de quienes dijeron ser de izquierda. Pero vale la pena replicar: pedir que no nos fijemos en las etiquetas no es rechazar la importancia de tener políticos con ideologías claras. Es simplemente pedir que no nos fijemos en las etiquetas.

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  • Por una democracia eficaz

    Por una democracia eficaz

    Una democracia eficaz deriva de un gobierno limitado en su poder, responsable ante la población y atento al resultado de sus políticas.

    En su libro En defensa de la ilustración, Steven Pinker resume así las tres características básicas de la democracia y subraya que las elecciones son el mejor medio para obtener y renovar un gobierno democrático, pero no son el fin último de la democracia. Un gobierno limitado asegura que la sociedad tenga un poder organizador sin que este deprede a los ciudadanos. Un gobierno responsable garantiza que los gobernantes carguen con el costo de sus decisiones y sus actos. Y un gobierno atento a sus resultados evalúa y mejora la calidad de sus políticas y el impacto de sus inversiones.

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  • Paguemos por nuestra democracia

    Paguemos por nuestra democracia

    Con el final de la Semana Santa inauguramos la parte madura del año. Lo que se hizo en la infancia del primer trimestre ahora tocará completarlo. Lo que quisimos empezar pero postergamos hoy tendrá que abandonarse del todo antes de que nos alcancen los convivios del fin de año.

    Quedan ocho meses para hacer lo que toque hacer, para hacer lo que se pueda hacer, con el agravante de que el año entrante es año electoral. Lo que se haga o deje de hacer en estos ocho meses pondrá la mesa para la elección del siguiente gobierno. Y, para subir las apuestas, ese nuevo gobierno será el que administre en 2021 nuestra entrada al tercer centenario de vida republicana, que hoy pinta tener más pena que gloria.

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  • «Reset» legislativo

    La magia del reinicio no está en apagar el computador, sino en lo que pasa en los pocos segundos después de que se vuelve a encender.

    Cuando el computador da problemas, muchas veces basta con apagarlo y volver a encenderlo para que se resuelvan. ¿Por qué? Con la licuadora no hacemos eso cuando deja de funcionar.

    En general, aparatos como una licuadora fallan en el hardware, en sus componentes físicos. Cuando el computador falla, generalmente no se ha roto nada. La mayoría de los problemas que se presentan son de software: simplemente ha cometido un error de lógica y comienza, por decirlo de alguna forma, a pensar mal. Sus piezas mecánicas siguen operando perfectamente, y así puede funcionar mal indefinidamente. Incluso, puede crear nuevos y peores errores sobre los anteriores.

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  • Ganar no es igual que tener razón

    No todos los triunfos son iguales. Hay victorias que son más fáciles porque su causa es ella misma más fácil: destruir es más fácil que construir.

    El 2016 termina mal para quienes nos pensamos progresistas. Termina con la tentación de la desesperanza.

    Gana Trump en los Estados Unidos y desata el triunfalismo racista. El brexit en Inglaterra afianza el más estrecho insularismo británico. Más cerca de casa y en modesta escala, las malas personas y sus malas costumbres se arraigan en el Congreso y ahogan la reforma judicial.

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  • El voto hideputa

    Para un grupo considerable y concreto de personas, el racismo, el sexismo, la xenofobia, el insularismo, la antirracionalidad y el antiecologismo del candidato no pesaron en contra de su elección.

    Imposible callar ante las elecciones en los Estados Unidos. El hecho es suficientemente excepcional y sus consecuencias suficientemente extensas como para que hasta el más lego necesite reconocer las implicaciones.

    Usted y yo tenemos una ventaja. A diferencia del politólogo profesional, los ciudadanos de la calle no necesitamos justificar lo dicho antes de las elecciones ahora que Trump ya ganó, pues no nos jugamos el prestigio profesional. Alcanza con describir lo visto, que ya es bastante.

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  • Paridad: cuatro razones

    Dude sistemáticamente al ver que alguien con privilegio resiste un cambio. Aunque le diga que lo hace por el bien público, lo más probable es que convenga a su propio interés.

    Se acabó el feriado. Mientras algunos vuelven al trabajo, otros nunca se detuvieron. Igualmente algunos vuelven a las maldades mientras otros nunca pararon. Regresa también el Congreso a su faena, a descuartizar la propuesta de la Ley Electoral y de Partidos Políticos.

    Yo también vuelvo y me detengo en un punto visto y quizá sepultado, la paridad de mujeres e indígenas en los listados electorales. Me detengo porque, aunque en esto la LEPP podría ser causa perdida —que no debiera serlo hasta que vote el último diputado—, tengo la certeza de que el tema de la igualdad por género y etnicidad no desaparecerá del debate legislativo, mucho menos del debate social.

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  • Rendición de cuentas, rendición que cuenta

    Nos han dicho los apóstoles de la más convencional buena ciudadanía que, si no votamos, después no tenemos derecho a decir nada. Es espada de dos filos, pues agrego yo: entonces hoy, si usted votó por él, ahora deberá hacerse responsable.

    Me detengo en lo obvio nomás para dejarlo asentado: ganó Jimmy Morales. En seis meses pasó de curiosidad de campaña a presidente electo. Mes y medio bastó para duplicar la gente que votó por él en la primera vuelta.

    Con poco más que su imagen —campechano, conservador, racista e improvisado— dio a más de 2.7 millones de personas un espejo que les gustó —o quizá simplemente un retrato al que siguen aspirando—, y eso bastó para votar por él. Así que lo dejamos allí, montado triunfal en la cresta de la ola del antivoto, de la antipolítica… y del dinero de sus nuevos amigos.

    Nosotros, los ciudadanos, tenemos otra tarea que ni empieza hoy ni termina en cuatro años. Para nosotros es el tiempo del aprendizaje. Es el tiempo de la rendición de cuentas.

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  • Entre la Sandrofobia y OPM versión 2.0

    Lo único que determinará dónde se coloque quien gane la elección, si en el extremo de la caricatura obscena o hacia el fulcro ideal, será la presión ciudadana.

    Imagine un continuo. En el centro se balancea el candidato ideal. En cada extremo están, respectivamente, las caricaturas de Sandra Torres y Jimmy Morales.

    La ciudadanía aspira al ideal, y los candidatos buscan convencernos de que lo son. Hoy, por la corrupción, pedimos sobre todo gente honesta. Anclado en buenas políticas, un liderazgo que haga crecer la economía, la inversión y el empleo. Que no esté sujeto a los grandes capitales o al narco. Con ministros competentes, queremos un líder que se lance a dividir las aguas del mar de problemas que nos ahoga: superar la pobreza, acabar con la violencia, educar a todos, dotar de medicinas los hospitales, construir carreteras, ganar credibilidad internacional, cobrar impuestos con justicia. En fin, una maravilla inexistente, pero que sirve para medir a los candidatos de verdad.

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  • Acaba el régimen, persiste el poder

    Lo que ninguno les perdona a Baldetti, Pérez Molina y su camarilla es la insolencia, más aun que el latrocinio.

    Expulsamos a Pérez Molina y declaramos muerto el régimen. Con las elecciones emprendimos su sepultura. Si en algo coincidieron tirios y troyanos fue en que más dinero ya no es igual a más votos, al menos en las peculiares circunstancias de esta campaña. Pero quedemos claros: lo que aquí se condenó fue la forma antigua de relacionarse los actores de poder —élite, clase política y ciudadanía—. Sin embargo, no caducaron los actores, mucho menos los recursos con que hacen valer sus intenciones.

    Antes de la Cicig, las reglas decían que la élite pagaba a la clase política y que esta, a su vez, recompensaba a la ciudadanía. Como cómplices, cada parte sacaba algo: la élite compraba acceso a los negocios del Estado, la clase política conseguía votos para controlar el Gobierno, y la ciudadanía recibía dádivas y (muy eventualmente) servicios.

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