Tag: educación

  • El pacto que faltó (II): cerrar brechas territoriales en educación

    Toca al gobierno central fijar la prioridad para todos: cerrar las brechas de inequidad territorial en educación.

    Ponga atención, porque esto es importante: sin al menos diez años de educación para todos y cada uno de los guatemaltecos, no saldrán los pobres de la pobreza; pero tampoco saldremos de la miseria usted, yo, los Castillo ni los Widman.

    Sin embargo, la educación para todos no se logra por decreto y de un plumazo. Necesita el esfuerzo persistente, y a pequeña escala, a lo ancho del país. Exige un pacto extenso que comprometa de manera específica y local a todos: funcionarios departamentales del Ministerio de Educación, municipalidad (sí, también la de la capital), líderes comunitarios, maestras y maestros, padres de familia y los propios estudiantes.

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  • El pacto que faltó: la educación

    Para ser eficaces en educación es indispensable movilizar el compromiso y los esfuerzos de mucha gente, por todo el país y a todo nivel.

    La educación no se presta a soluciones de corto plazo. Es posible construir una escuela en tres meses y dotarla de libros en una semana. Sin embargo, asegurar que los niños y niñas tengan los conocimientos necesarios para una vida exitosa y feliz toma al menos una década.

    Por diez largos años, los estudiantes deben ir a clases al menos 180 días cada año, trabajar atentamente en clase al menos cinco horas cada día, recibir orientación y sistemáticamente agregar conocimiento nuevo al conocimiento previo. Todos los que hemos tenido el privilegio de una educación sabemos que no es fácil y no hay atajos. Toma mucho tiempo y mucho esfuerzo.

    Tres elementos resultan claves para lograr resultados. Primero lo obvio: que los estudiantes estén en una escuela segura y agradable. Esto es asunto de eliminar barreras: la distancia, el peligro, la desconfianza de los padres, el uso de un idioma ajeno, la falta de sanitarios decentes, todos son factores que pueden estorbar. De quién es el edificio, eso es secundario; lo importante es que sirva, se use y se mantenga.

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  • No todo el que manifiesta tiene razón, pero todos tienen razones

    “¿Te gustan más los perros o los gatos? ¿Por qué?”. Un ejercicio simple con que podría desencadenarse a los siete años la carrera de un parlamentario.

    ¡Cómo han crecido los patojos, están enormes! Esta expresión, clásica entre familias amigas, refleja una realidad común: cuando el cambio es lento, es frecuente que no lo veamos, aún cuando quien no lo ha vivido lo note de inmediato.

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  • Borrando con el codo…

    Lo que la industria necesita no es dinero gratis, sino empleados competentes y capital de trabajo.
    ¿En qué cabeza cabe que darle más dinero al que ya tiene, habría de resultar en bienestar para los demás?

    Salvo contadas excepciones, los de arriba han demostrado que nunca, bajo ninguna circunstancia y para nada, habrán de poner voluntariamente su parte en el bien nacional.

    Casi no podía creerlo. El Miércoles Santo, como mosca en medio del almíbar de mi torreja, la noticia en elPeriódico: “Nuevos incentivos para atraer inversión”. La formula secreta que devela el presidente Pérez Molina es el mismo remedio de merolico de siempre: exenciones fiscales a las empresas. Poco más de un mes duró el alegrón de burro de la “reforma fiscal”, que correctamente nos recetó a la clase media alta y profesional pagar más, y a la clase alta un poquito más. Ahora se apura el gobierno a borrar con el codo lo que escribió con la mano, y devolver a los de arriba el “préstamo” que le hicieron a cambio de no resistir esa reforma.

    Son maliciosos los argumentos de los representantes empresariales, pero razonables: ellos están en el negocio de ganar dinero, así sea arrebatándolo del Estado y del resto de la sociedad, so excusa de la creación de oportunidades. Sin embargo, el caso del gobernante es más embarazoso. Aunque pueda sorprenderle al señor Presidente, su obligación está con la ciudadanía, no con sus financistas de campaña. Si realmente quiere crear empleo e incrementar la productividad, hay acciones de probada eficacia, y que son permanentes. Eficaz impulso a la producción es dar una educación secundaria y universitaria de calidad a todos los jóvenes, no solo a algunos. Otro tanto ocurre con invertir en cursos y carreras con un claro vínculo al mundo del trabajo, que lleven de la secundaria a la universidad y luego al empleo, no a los callejones sin salida de un “bachillerato en aviación” o de la güisachería sin título.

    Si el Presidente realmente quiere invertir en el empleo y en aumentar la productividad, en vez de tirar millones de quetzales al retrete en exenciones fiscales, bien haría en cobrar los impuestos e invertir esa misma cantidad en programas de pasantía para jóvenes que comienzan la vida laboral, o en becas y préstamos educativos para que completen carreras técnicas universitarias los que hoy abandonan luego de la secundaria. Podría invertir en créditos para el emprendedurismo o la pequeña empresa, o en la búsqueda de mercados para los productos nacionales. Lo que la industria necesita no es dinero gratis, sino empleados competentes y capital de trabajo. El dinero gratis lo quieren los industriales, pero eso es otra cosa, y su nombre no es bonito.

    Me pregunto dónde estarán en este entuerto los mejores representantes de la clase media profesional en este gobierno, como Fernando Carrera, Miguel Gutiérrez, el propio ministro Centeno, que bien saben de políticas económicas y desarrollo. Me pregunto si la clase media –los asalariados y profesionales que ahora van a pagar más y no recibirán exenciones fiscales dizque para aumentar el Producto Interno Bruto– seguirá siendo la clase pusilánime que ve la cosa como que no es con ella, a pesar de que tendrá que pagar la cuenta de semejante extravío.

    Así que, ahora que volvemos renovados de la Semana Santa, lo invito a decir con energía: yo pongo mi parte, tú pon la tuya. No a las exenciones fiscales.

    Original en Plaza Pública

  • El enroque: la universidad y la sociedad

    ¿Acaso el situado constitucional a la USAC, 5% del Presupuesto de la Nación, es un regalo a ojos cerrados?

    En Guatemala, hay instituciones que tienen estatus privilegiado. Son entes que vienen con escudo incorporado, como las iglesias o los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

    Al ser por definición intocables, quienes detentan su poder no necesitan explicar su privilegio. Simplemente apuntan a su estatus excepcional, y allí termina la discusión.

    El CACIF es uno de estos casos: no nos preguntamos por qué deba estar en tantas Juntas Directivas institucionales, simplemente así es. La universidad es otro caso. En torno a los incidentes violentos que ha experimentado en días recientes la USAC, la discusión con frecuencia termina en ideología, y en silencio. Por un lado están los neoliberales militantes, que la atacan nomás por su obsesión de sacar al Estado del radar social y de paso terminar de convertir la educación superior en otro mercadito más. Por el otro están los que blanden lugares comunes como argumentos: “la tricentenaria”, como si la edad fuera razón suficiente y, por supuesto, la consabida “autonomía”.

    Quizá los tiempos estén maduros para una discusión más seria y sin tabús. Más gente comienza a ver a la cúpula empresarial como lo que es: un simple cartel que abusa su posición de ventaja. El fisco –que es del conjunto de la sociedad– les comienza a quitar cancha, aunque sea un centímetro a la vez. Igual toca cuestionar la forma en que abordamos como sociedad la educación superior. La autonomía universitaria es una conquista social. Como tal es a la vez una concesión del Estado a una institución en lo particular. Al haber degenerado esa concesión en patente de corso para toda suerte de desmanes, tenemos los ciudadanos el derecho de revisar –tanto en el sentido de examinar con atención, como en el de replantear y modificar–, los términos de la concesión.

    En materia de interés público, como sin duda lo es la educación superior, incluso los proveedores privados deben sujetarse a la regulación del Estado. Cuánto más en el caso de la universidad pública. Esto no es una autorización para invadir la autonomía necesaria para cumplir con su responsabilidad. Por la misma razón debe el Estado activamente garantizar la libertad académica en toda universidad, privada o pública. Más bien, es exigir que se cumplan los términos de la promesa de la universidad a la sociedad. ¿Acaso el situado constitucional a la USAC, 5% del Presupuesto de la Nación, es un regalo a ojos cerrados?

    Seguramente hay formas para inducir cambios. Va un ejemplo sacado de la manga: en vez de una universidad única, podríamos tener un sistema de universidades públicas regionales, que compitieran entre ellas por los estudiantes. El situado constitucional se distribuiría entre ellas en función del volumen de su matrícula u otros criterios, como el volumen de la población regional o la producción de graduandos. Todas se verían obligadas a crear cambios para atraer estudiantes, que ya saben reconocer la calidad cuando se les da la información, y la oportunidad.

    Esto, como cualquier otro cambio de fondo, sería un asunto de reforma constitucional, y aquí nos topamos con un importante escollo. Reformar la universidad es responsabilidad de la comunidad universitaria, pero sus líderes carecen de los incentivos. Exigir una reforma es potestad del Congreso, como representación de la ciudadanía, pero el Legislativo es, literalmente, una cueva de ladrones. ¿Cómo conseguir buenos resultados con malas piezas?

    Sirve aquí el concepto del enroque, que en el ajedrez permite mover al rey y a una de las torres, en una sola jugada. Dos posiciones malas sí pueden dar resultados positivos, cuando los intereses de cada uno se contradicen lo suficiente como para obligar a todos a ceder terreno. Por ejemplo, sabemos que la reforma del sistema de partidos políticos es urgente, pero no conviene a los legisladores. Una reforma universitaria que descentralizara el financiamiento y la gestión de la universidad podría ser un atractivo incentivo a la base de poder de los diputados distritales (los que no vivan del narco, dicho sea de paso).

    Quizá lo que toque, en vez de buscar reformas únicas y monotemáticas en la Constitución, las leyes y las instituciones del país, sea buscar reformas aparejadas. Vale la pena hacer el judo político, más suave pero más eficaz, que compense el interés de los diputados distritales con la oferta de llevar la universidad al nivel local. Vale la pena quizá dejar de ser miopes, reunir reformadores universitarios con reformadores políticos, y hacer frente común.

    Original en Plaza Pública

  • Educación para el trabajo: un camino sin señales

    La formación para la vida y para el trabajo no se contradicen, y asegurar la vinculación entre educación y trabajo no es un asunto solo de educadores.

    Hace años en la Calzada Roosevelt había un rótulo que decía: “a México frontera”. Estrictamente era cierto, pues de allí eventualmente se llegaría al vecino país. Sin embargo, muchas cosas tendrían que salir bien para que esa primera señal fuera útil.

    Igualmente hay una señal en camino a Occidente desde la Capital –creo que está en Cuatro Caminos– que más que rótulo, es un auténtico mapa. Una multitud de trazos hacen inútil su información al conductor, excepto si se detiene a la orilla de la carretera. Ni la vaguedad, ni el exceso impertinente permiten al viajero tomar decisiones. A veces el problema es que simplemente ¡no hay señales! Llegar a un destino específico exige suerte, pedir instrucciones en el camino y muchos virajes equivocados.

    Algo parecido enfrentan los jóvenes en Guatemala al querer formarse para el trabajo. Aquellos que tienen los recursos para acceder al diversificado y la universidad enfrentan un futuro laboral vago, confuso e incluso desconocido a los 14 o 15 años. Con frecuencia la elección de carrera se reduce a imitar a los padres: como papi es contador, la joven quiere estudiar economía, y el viaje se reduce a pedir consejo al que ya pasó antes por el mismo camino.

    Para otros la situación es más perversa. El trabajo obliga a escoger escuela o carrera simplemente por estar disponible por las noches o en fin de semana. Es como un capitalino que decida ir a Amatitlán en vez de la Antigua porque la Roosevelt está tapada, no porque tenga asuntos que tratar en aquel lugar.

    Luego están los que cursan algunas carreras por tradición. Víctimas ejemplares son la legión de abogados en ciernes, que pasan años en un limbo de requisitos, muchos sin perspectiva de graduarse jamás, dedicados a cualquier cosa menos la materia respectiva.

    Finalmente, son muchos los que escogen “carreras laborales de nombre simple” (médico, abogado, economista, psicólogo) que es como viajar solo a las cabeceras departamentales, habiendo tantos destinos que podrían dar más satisfacción y tener mejor mercado (técnico en salud rural, investigador en criminalística, asesor fiscal, investigador en neurociencia y tantos otras “carreras de nombre compuesto”), pero de las cuales se desconfía o que las universidades no ofrecen.

    El nuevo gobierno ha identificado la formación de los jóvenes como una prioridad, y lo es. El Ministerio de Educación se esfuerza por reducir el caos de los muchos “bachilleratos técnicos” que engañan con promesas de especialización precoz, y algunas universidades comienzan a ampliar y flexibilizar su oferta. Pero esto es apenas el principio.

    Ayudar a una nueva generación de jóvenes que se embarcan en la formación laboral exige darles señales claras sobre el camino a seguir. Necesitan información sobre tendencias en las empresas y la economía (en última instancia, la fuente de los empleos), para enriquecer sus aspiraciones y facilitarles la toma de decisiones. Es urgente revestir de calidad educativa y buena reputación las actividades profesionales no-académicas (desde plomería o mecánica hasta las carreras técnicas más alambicadas), y así evitar que tantos jóvenes se despeñen por la ilusión de ser “licenciados” en unos conocimientos que nunca aplicarán.

    Deben reducirse las barreras al acceso, flexibilizando más horarios y currículos en el diversificado y las carreras universitarias, ofreciendo becas, estipendios y créditos educativos; y las barreras a la permanencia, retirando requisitos onerosos e improductivos, como tantas tesis de licenciatura, que sin enriquecer el acervo investigativo garantizan que muchos cierren pénsum pero nunca se gradúen.

    Sobre todo, es necesario configurar claramente y garantizar los cursos de carrera que llevan al empleo formal o el emprendedurismo –esas combinaciones de bachillerato, curso técnico y pasantía que recorridas por un joven desde el básico desemboquen en empleo formal–; y fortalecer la orientación enfocada en el empleo a manos de asesores vocacionales, maestros y voluntarios que ayuden a los jóvenes a trazarse un curso de carrera para el empleo.

    La formación para la vida y para el trabajo no se contradicen, y asegurar la vinculación entre educación y trabajo no es un asunto solo de educadores, sino de desarrollo sostenible. No es responsabilidad exclusiva de un INTECAP, el Ministerio de Educación o las universidades; en esto debe involucrarse de lleno y temprano al empresariado (que no significa solo CACIF, pues hay muchos y muy variados empleadores en este país). La alianza público-privada en la educación va mucho más allá de pintar escuelas o financiar universidades. Empieza por comprometerse unos a dar una educación con calidad y otros a facilitar acceso al empleo decente. Es proponerse ambos sectores a tender una carretera ancha y bien señalizada entre la escuela y el trabajo.

    Original en Plaza Pública

  • ¿Qué se necesita para acabar con el trabajo infantil?

    Quizá lo que nos haga mejores guatemaltecos sea dejar de ser tan buenos chapines.
    Hace dos meses que Plaza Pública sacó su reportaje sobre trabajo infantil*/ en la industria del azúcar en Guatemala. Parece eterno. Dos meses de trabajo extenuante para quién sabe cuánta gente.

    Seis, ocho, diez horas diarias de esfuerzo que usted y yo evitaríamos a toda costa. Y los niños siguen allí. En el azúcar, el café, las llanteras, las canteras y el mercado. En todos lados excepto la escuela.

    Mientras tanto, estrenamos Presidente, cambiamos a medias los impuestos, nos horrorizamos ante la muerte en llamas de un montón de presos en Honduras. Y los niños siguen allí. En el azúcar, el café, las llanteras, las canteras y el mercado. En todos lados excepto la escuela.

    Hace un par de semanas –día 40 del calendario desde que Plaza Pública nos escandalizó sobre el trabajo infantil– desde que escuché a la Ministra de Educación recordarle a los hijos del privilegio en la UVG –esos que incluyen a mi hija– que debían reconocer su buena fortuna y dedicarse a maestros, porque la patria los necesita. Y los niños siguen allí. En el azúcar, el café, las llanteras, las canteras y el mercado. En todos lados excepto la escuela.

    Hace semana y media que a alguien se le antojó que podía cuestionar a una gaseosa y a un cantante pop por endosarle a la víctima –el manido “chapín”– la responsabilidad de cambiar la patria. Hace semana y media que a un ejecutivo de mercadeo se le ocurrió la estúpida idea de censurar un programa de radio. Hace tres días que el cantante, haciendo gala de una desaprensión monumental, desperdició la oportunidad de elevarse por encima de la trifulca y apeló a los tépidos glúteos de sus críticos como sesudo argumento para descalificarlos. Y los niños siguen allí. En el azúcar, el café, las llanteras, las canteras y el mercado. Y el coro de entusiastas aplaudieron como focas la diatriba malhadada de aquel que yo tenía por intelectual del arte. Pero los niños siguen allí, en todos lados excepto la escuela.

    Hace nueve días que Joseph Kony, el maligno líder y secuestrador de niños del Lord’s Resistance Army saltó al estrellato global, luego de 27 años de atrocidades, gracias al video de Invisible Children. Apenas una semana en que una página de Facebook “KONY 2012 GUATEMALA” juntó efusivos y entusiastas 1,789 me gusta de chapines que ahora buscan pulseras a $10 (¡setenta y siete quetzales!), posters y playeras para mostrar su compromiso con los distantes y desdichados niños ugandeses. Y los niños trabajadores de Guatemala siguen allí. En el azúcar, el café, las llanteras, las canteras y el mercado. Y yo ineficaz me pregunto por qué sólo 65 gentes –ni siquiera el número de quienes llamo amigos y amigas– se apuntaron a mi pobre intento por llamar la atención al reportaje de Plaza Pública y sus tristes sujetos.

    Y me asombro porque el cantante le reclama a sus críticos si “hubiese sido mejor idea llevar una cámara y fotografiar cuanto cadáver nos encontremos (…) para enviar al mundo de manera redundante una imagen de nuestro país que es la que ya conocen”. Me asombro, porque la misma gente que aplaude su réplica se apunta entusiasta a mostrar los horrores goyescos de un asesino africano. Pero en medio de todo, los niños trabajadores de Guatemala siguen allí. En el azúcar, el café, las llanteras, las canteras y el mercado. En todos lados excepto la escuela.

    Así que tal vez, solo tal vez, lo primero que nos haga falta para acabar con el trabajo infantil sea un poco de distancia. Una distancia africana, para vernos en todo lo patéticos, humanos, incompletos, vergonzantes y vergonzosos que somos. Una distancia de continente ignoto, para dejar de pensar que nos ha tocado la gracia y matar la ingenua arrogancia, cuando somos una piltrafa; para abandonar la sandez de pensar que basta con sonreír para cubrir la multitud de nuestros pecados. Una distancia para admitir que quizá lo que nos haga mejores guatemaltecos sea dejar de ser tan buenos chapines, y no maldecir al que nos critica. Una distancia para tomarlo en serio: ni un solo niño fuera de la escuela hoy, mañana, nunca. Alcaldes, ministros, presidentes/generales, “miralindas” de bolsa Gucci, cantantes de pop endulcorado a punta de mercadeo, universitarias, líderes campesinos en el Polochic; Widmans, Paices y Botranes, Castillos y Pulidos –¡hasta Alvarados!– que digan e insistan: ni un solo niño fuera de la escuela, ni hoy, ni mañana, nunca.

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    */ http://plazapublica.com.gt/content/trabajo-infantil-y-explotacion-labora…

    Original en Plaza Pública

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