Juan no entiende por qué le va tan mal. Pone la vista en el camino, pero tropieza continuamente. Allí están los bordes de la vía, bien visibles. Sin embargo, con cada paso, Juan se sale de la vereda.
Usa como punto de referencia la escultura del antepasado, visible en la distancia. Como los valores liberales del prócer, su monumento debería ser un buen faro: sólido, firmemente asentado sobre una peana que le da altura. Bastaría con centrar la mirada en él para trazar un camino recto.
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