Tag: cultura

  • Lo único que nos pertenece

    Lo único que nos pertenece

    Vivimos atrapados en nuestra cabeza. Todo lo que vemos, oímos, olemos y tocamos, necesariamente es recibido primero por los sentidos, transmitido por los nervios y procesado por el cerebro.

    Solo a partir de allí experimentamos la «realidad» en esta misteriosa construcción, nuestra conciencia, que filósofos y neurocientíficos no terminan de descifrar. El color de un amanecer y la caricia de quien amamos, pero también la infelicidad ante las limitaciones materiales y el desprecio al otro que nace del prejuicio, solo se hacen ciertos para cada quién dentro de la caja dura y oscura del cráneo, en el litro y pico de masa gelatinosa del cerebro.

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  • El consumo de este producto causa serios daños a la salud

    El consumo de este producto causa serios daños a la salud

    Que las vacunas salvan vidas es obvio. Lo sabemos desde hace más de 200 años, cuando Jenner demostró que inocular pus de las manos de las lecheras infectadas por viruela bovina protegía contra la mortífera viruela humana.

    La inmunización es una enorme conquista de la humanidad. Un estudio reciente en los Estados Unidos estimaba que había reducido al menos 92% del número de casos posibles de viruela, difteria, sarampión, parotiditis, tos ferina, polio, rubéola, síndrome congénito por rubéola, tétanos e influenza. Evitó el 100% de casos de viruela, difteria y polio. Nomás para una cohorte anual evitó 20 millones de casos y previno 40,000 muertes.

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  • Vistos en el espejo

    Vistos en el espejo

    Epidemia y civilización crecieron juntas. Más que como enemigos los microbios nos sirven de espejo.

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    En la prehistoria, cuando cazábamos y recolectábamos diversas especies en bosques y sabanas, la probabilidad de adquirir una enfermedad de otros animales era alta. Pero transmitir esa enfermedad a otras personas era improbable: vivíamos en grupos pequeños.

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  • Cómo abotonarse la camisa

    Cómo abotonarse la camisa

    Empiezo con algo sencillo. Revise de qué lado le toca abrocharse la camisa.

    Si es hombre, encontrará que su camisa tiene los botones del lado derecho y los ojales del lado izquierdo. Si es mujer, al revés: izquierda para botones, derecha para ojales. Pregúntese por qué.

    Quizá razone como yo. Por mucho tiempo, impensante, supuse que sería para diferenciar camisa de hombre de camisa de mujer. Como si no pudiéramos ver que tienden a ser distintas en tamaño, color o tipo de tela. Que unas camisas tienen pinzas para la cintura y espacio para el busto. O más sencillo: que unas las llevan puestas hombres y otras, mujeres.

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  • ¿De dónde viene la verdad?

    ¿De dónde viene la verdad?

    Nuestra mente es como una bola pegajosa de ideas. A lo largo de la vida, cada quién suma ítems a la particular colección de pensamientos que nos hace ser quienes somos. Como en el Katamari Damacy, empezamos con un mínimo de información, que permite agregar cosas y crecer el globo de lo que sabemos.

    Las ideas más firmes actúan como organizadores. Si hacen referencia a lo que somos y cómo actuamos, las llamamos personalidad. Si nos sirven para explicar nuestro entorno social y sus propósitos, las llamamos ideología.

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  • La precaria autoestima del homófobo

    La precaria autoestima del homófobo

    Convengamos en que la reciente y absurda petición en contra del arcoíris en las licencias de conducir es más para reír que para indignar. Pero igual da ocasión para reflexionar. Sorprende el extraño afán del intolerante. Pobrecito, que persigue la homosexualidad con tanto ahínco. Los homófobos parecen sufrir un escozor que no los deja tranquilos. Ante lo que no cabe en su estrecha mente, en su corazón seco y frágil deben denunciar, maldecir, castigar.

    Al homófobo le pasa lo que a todos con ese barrito que nos sale en el borde de la nariz, que rascamos hasta que revienta. Y lo que al fin sale del pequeño incordio no es sino el mismo pus, la misma sangre. Es uno mismo quien hace la enfermedad. Es uno mismo quien es la enfermedad. El homófobo es el vivo ejemplo de aquello de que «no es lo que entra por la boca, sino lo que sale del corazón».

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  • Por el camino

    Por el camino

    Juan no entiende por qué le va tan mal. Pone la vista en el camino, pero tropieza continuamente. Allí están los bordes de la vía, bien visibles. Sin embargo, con cada paso, Juan se sale de la vereda.

    Usa como punto de referencia la escultura del antepasado, visible en la distancia. Como los valores liberales del prócer, su monumento debería ser un buen faro: sólido, firmemente asentado sobre una peana que le da altura. Bastaría con centrar la mirada en él para trazar un camino recto.

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  • Lo sacro y el candado de la imaginación

    Lo sacro y el candado de la imaginación

    A veces da penita admitirse chapín, viéndonos tan infantiles. Como ante la mojigatería religiosa y el oportunismo corrupto que reaccionaron a la marcha de la Poderosa Vulva. Nos deja tan mal parados esa absurda indignación, aun si no hubieran multitudes en Japón que celebran un pene metálico en plena festividad religiosa.

    No es que la marcha fuera de mal gusto. Apenas sería una más entre tanta cosa fea. Como el mobiliario de Manuel Baldizón o un Mickey Mouse gigante. O el aspecto del fiambre: delicioso, pero que igual parece un nido de lombrices.

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  • Sociedad corrupta

    Sociedad corrupta

    Se armó la de Troya. Anders Kompass, embajador de Suecia, dijo que para combatir la corrupción necesitamos «medicina fuerte».

    Ante el reporte inexacto, amigos y enemigos malinterpretamos que se refería a la nuestra como una «sociedad corrupta». Saltaron inmediatamente los seculares y fascistas promotores del malhadado honor patrio. Otros, queriendo rescatar nuestra dignidad buenchapina (usando el sardónico pero preciso término de Juan Pensamiento), señalaron que no puede condenarse a toda una sociedad cuando el problema es de instituciones.

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  • El currículo

    El currículo

    La escuela es la forma en que la sociedad contemporánea de masas resuelve la necesidad de programar la mente de sus ciudadanos. En el pasado y en sociedades pequeñas, bastaba que los chicos pasaran tiempo con sus mayores junto al fuego, en el campo o en el taller. Poco a poco e imperceptiblemente aprendían su quehacer. Y en el camino, entre historias, regaños y halagos, se construía la mente adulta.

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