El ejército que tenemos es una institución impenitente: nunca pudo admitir su papel en los vergonzosos crímenes de la guerra. No supo, no quiso reconciliarse con la sociedad.
Ya vendrán tiempos para hacer balance de esta administración, con sus muchas falencias y algunos éxitos. Pero una lección es ya obvia: debemos excluir a los militares del gobierno.
Para algunos no es novedad. Personalmente, hace ratos pienso que no necesitamos gobiernos con militares, por la simple razón que no debiéramos tener ejército. Costa Rica lleva décadas ilustrando las ventajas. Políticamente es un desafío, financieramente es un gasto injustificable, y operativamente es insuficiente para garantizar la soberanía nacional o ejercer la defensa de las fronteras de un Estado con la debilidad del nuestro. La magnitud de los retos globales –incluyendo el narcotráfico– garantizan que «[s]i mañana tu suelo sagrado / lo amenaza invasión extranjera», no será el ejército el que nos saque del aprieto, aunque quiera.
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