Lo que ese autor ensaya es un malabarismo pernicioso. Encima, torna más altas las apuestas al usar cuchillos de doble filo.
Hace unos días vi un malabarista callejero. A esa actividad de poca paga, él agregaba un reto especial: hacía sus malabares con tres machetes.
El temor al desastre inminente impulsaba a voltear la vista. A la vez, el morbo forzaba a seguir viendo. Por supuesto, el fulano sabía lo que hacía, y el dominio de sus machetes le impulsaba a tomar un riesgo calculado. Lo más probable era que todo saldría bien, y cosecharía algún dinero entre su audiencia informal. Pero la posibilidad de herirse era real e inescapable.