Tag: conciencia

  • Lo único que nos pertenece

    Lo único que nos pertenece

    Vivimos atrapados en nuestra cabeza. Todo lo que vemos, oímos, olemos y tocamos, necesariamente es recibido primero por los sentidos, transmitido por los nervios y procesado por el cerebro.

    Solo a partir de allí experimentamos la «realidad» en esta misteriosa construcción, nuestra conciencia, que filósofos y neurocientíficos no terminan de descifrar. El color de un amanecer y la caricia de quien amamos, pero también la infelicidad ante las limitaciones materiales y el desprecio al otro que nace del prejuicio, solo se hacen ciertos para cada quién dentro de la caja dura y oscura del cráneo, en el litro y pico de masa gelatinosa del cerebro.

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  • Guatemala indígena

    El poder, usted y yo también, ingenuos, maliciosos o indiferentes, hacemos como que Guatemala es blanca. Pero esta ciudad, fea y nuestra, es indígena.

    Pulsa la ciudad como corazón que mueve la riqueza del país. Abultada metrópoli, lleva el esfuerzo de los muchos a los bancos de los pocos.

    En la Avenida Reforma, una catequesis oficial en monumentos: próceres que abren como gastadores con un “obelisco” que quedó tan enano como sus intenciones. Montúfar, el patriarca liberal que acuerpa en su peana, inamovible como la intención de sus herederos en el poder. García Granados que cierra con la mano al pecho. En medio, el reparto: ministerios que huyeron del Palacio cuando Arzú lo destripó, la “Escuela Politécnica” que formaba los perros de presa del statu quo (¿a qué “técnicas” se refería?), una embajada cuya voracidad se desquita hasta con las aceras, y los bancos. Financiadores, aseguradores, urdidores.

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  • Persistencia

    Muchas cosas nos indignan, pero son más las que nos llevan a abandonar el barco por razón de principios.

    Transformar la sociedad es una tarea más parecida a una carrera de fondo, que a un sprint. Logran mejoras sólo quienes persisten en la dirección correcta por mucho tiempo.

    La persistencia es tanto un asunto de capacidad como de actitud. El éxito de largo plazo depende de las características de lo que se quiere conseguir y de las herramientas que se tiene para procurarlo, pero también de nuestra disposición psicológica para insistir en alcanzarlo.

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  • Clase media: definiciones e insultos

    Una economía excluyente que no crece, una sociedad fragmentada y la escasa oferta cultural, han redundado en una clase media precaria, desconfiada y de imaginación estrecha.

    Recientemente la BBC y seis universidades del Reino Unido publicaron la Encuesta Británica de las Clases, que describe cómo se divide por estamentos dicha sociedad. Algo podremos aprender.

    Para hacer su clasificación, los investigadores examinaron tres tipos de capital. El capital económico se refiere al volumen de dinero y recursos materiales de las personas. Bajo este criterio, el más usual, la clase media en Guatemala tiene problemas.

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  • Tomar en serio la identidad y derechos de los pueblos indígenas

    No me cabe duda: superar exitosamente los retos que enfrenta Guatemala pasará por reconocernos como sociedad multicultural.

    El 31 de marzo recién pasado, Domingo de Resurrección, se cumplieron 18 años desde la firma del Acuerdo sobre Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas.

    El Acuerdo afirma:  la “transformación comienza por un reconocimiento claro por todos los guatemaltecos de la realidad de la discriminación racial, así como de la imperiosa necesidad de superarla para lograr una verdadera convivencia pacífica” (cursivas mías). No me cabe duda que sus redactores acertaron: superar exitosamente los retos que enfrenta Guatemala pasará necesariamente por reconocernos como sociedad multicultural, y construir un Estado predicado sobre este reconocimiento.

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  • Para un oligarca

    Basta apenas ir con los gringos a pedir visa para encontrar los límites de tu burbuja.
    A veces pienso que con escribir estoy nomás cortando varas. Mientras tanto tú actúas, dando palo a todo el que pide justicia, al que pide un trocito apenas de pobreza con dignidad, ni siquiera más.

    Chapines no somos solo tú y yo, que tomamos por sentados el agua, la luz, la escuela y la calle asfaltada. Ciudadano distinguido no eres tú, el de cuna de plata, blanco de tez, que en pleno siglo 21 aún no te has enterado que vives en una Guatemala morena. Tú y yo somos apenas usurpadores, que más temprano o más tarde descubriremos que nuestra prosperidad, peor aún nuestra certeza, eran prestadas. ¿Acaso quieres terminar como los generalitos, pobres diablos, clamando por una justicia que no supieron dar? Hasta el cielo pareciera negarles el sol por su obcecación.

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  • El pacto que faltó (II): cerrar brechas territoriales en educación

    Toca al gobierno central fijar la prioridad para todos: cerrar las brechas de inequidad territorial en educación.

    Ponga atención, porque esto es importante: sin al menos diez años de educación para todos y cada uno de los guatemaltecos, no saldrán los pobres de la pobreza; pero tampoco saldremos de la miseria usted, yo, los Castillo ni los Widman.

    Sin embargo, la educación para todos no se logra por decreto y de un plumazo. Necesita el esfuerzo persistente, y a pequeña escala, a lo ancho del país. Exige un pacto extenso que comprometa de manera específica y local a todos: funcionarios departamentales del Ministerio de Educación, municipalidad (sí, también la de la capital), líderes comunitarios, maestras y maestros, padres de familia y los propios estudiantes.

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  • Seis cuadras a pie en la Zona Viva

    De tanto no ver, de tanto no dejarnos ver, hemos aprendido a ser ciegos.
    Terminé la reunión de trabajo y decidí caminar las seis cuadras a la siguiente cita. Iba concentrado en mis asuntos, en las tareas del día, con la marcha en piloto automático.
    No sé por qué, pero en algún momento abrí los ojos. No los de afuera, sino los que conectan con la mente, y comencé a procesar lo que pasaba a mi alrededor. Esto fue lo que vi.

    Un hombre mayor caminaba agachado, cargando una mochila llena. Sus sandalias hacían contraste con las losas de piedra verde y brillante que, en un arranque de embellecimiento preferencial, colocó la Municipalidad en algunas aceras de la Zona Viva. Junto a sus rasgos indígenas, me hicieron pensar que la mochila era la versión moderna y urbana del mecapal, nomás que con el peso sobre los hombros. La lentitud de su paso y el aspecto ajado de su piel hablaban de una vida de trabajo duro.

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  • La rueda

    Se hace tan obvio que la distancia del “bien” al “mal” es tan, pero tan corta.
    Digan lo que quieran, pero el Facebook acabó con la privacidad. Sobre todo ha servido para mostrar los vasos comunicantes que existen entre personas, incluso entre las diferentes facetas de lo que somos y lo que quisiéramos ser.

    Les pongo un ejemplo, por aleccionador.

    En medio de dar resultados a la “mano dura”, la Policía ensaya publicar sus logros en el combate al crimen. Hace un día compartieron con todo el que quería enterarse: caen dos sicarios, uno de 19 años de edad, el otro de apenas 16.

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  • Pobrecidio

    Así como hay una tarea importante de justicia material para con los pobres y las víctimas de la guerra, hay una crítica tarea de reformar nuestras maneras y nuestro lenguaje.
    A Don Álvaro, que ya para entonces pasaba de los 80 años, se le llenaron de lágrimas los ojos, al recordar lo que llegó a conocerse como la Masacre de La Cañada.
    –Llegaron unos quinientos, lo recuerdo como si fuera ayer. Estaba supervisando la reparación de mi Range Rover cuando nos sacaron a pura patada y culatazo. Nos llevaron por toda la calle. Habían botado la talanquera, y por la entrada de la garita nomás se veían los pies del guardia muerto, tirado en el piso. Nos juntaron a todos en la iglesia de San Judas Tadeo, tan bonita que era, redonda, allí en la novena calle, cerquita de la Avenida de las Américas. Ahora solo hay un baldío. Nos encerraron allí. Cuando al fin entendimos, ya le habían prendido fuego. No sé cómo logré salir por la ventana de la sacristía. Me voy a ir a la tumba con la imagen de los ojos del Johnny (¡su mamá siempre lo decía así, Yoni!), canchito. Todavía tenía puesto el uniforme, acababa de regresar del karate…

    Absurdo, ¿verdad? Sin embargo, la historieta quizá sirva para explotar aquella capacidad tan particular de los humanos –la empatía– y nos ayude a ponernos en los zapatos de otro, en el de las víctimas. Aún en campaña, el Presidente negó que en Guatemala hubiera habido genocidio. Démosle por un momento el beneficio de la duda, y supongamos que las masacres –ya constatadas más allá de la duda– no hayan tenido una dedicatoria étnica, y preguntémonos a quiénes sí alcanzaron.

    Durante la guerra, la muerte en masa, esa de fuego y anonimato de las víctimas, de fosa común y negación, fue aplicada con exclusividad a los pobres del campo. Mientras que personas de la clase media, e incluso algunos hijos de la élite fueron muertos uno por uno, o sufrieron la funesta “desaparición” por pertenecer a la guerrilla, incluso simplemente por señalar la injusticia, esto de morir amontonado fue solo para los pobres. Gente considerada tan distinta de quienes planearon los ataques, y de la clase media y alta que vivíamos en la ciudad de Guatemala, que a nuestros ojos habrían podido vivir en otro planeta.

    Justo antes de la Semana Santa me vino a la mente este pensamiento, cuando un colega compartió con indignación un mensaje de Twitter transmitido en referencia a la marcha campesina de esos días:

    “Caminata de campesinos se desplaza por el km 20, de la CA-9 norte, hacia la capital. / Malditos insectos”.

    No sería esta la primera vez que alguien usara el mote de insectos para denigrar la humanidad de otros. “Cucarachas” era el término que los genocidas aplicaron a sus víctimas Tutsi en Ruanda.

    Afortunadamente, lo nuestro no es un frenesí asesino, sino más bien los estertores ignorantes de una guerra que se resiste a terminar.

    En este contexto, el Presidente enfrenta una necesidad de corto plazo: asegurar la gobernabilidad. Esto incluye mantener tranquilos a los poderosos que dentro del Ejército sienten ya demasiado cerca la justicia, así sea sobre la cuestionable base de negar el genocidio para encontrar una salida jurídica. Sin embargo, a nosotros debe ocuparnos una consideración de más largo aliento: construir una sociedad más justa. Mientras él se ha dado el lujo de navegar cerquita de la injusticia, nosotros podemos ser más exigentes. Expresiones como la descrita deben ser señaladas como malignas, erradicarse de nuestro lenguaje y extirparse de nuestra conciencia. No a base de callar al que las usa, sino que señalando lo repugnantes que son.

    Es poco probable que los ya adultos enmienden las pulsiones que les hacen racistas y clasistas. Sin embargo, así como hay una tarea importante de justicia material para con los pobres y las víctimas de la guerra, hay una crítica tarea de reformar nuestras maneras y nuestro lenguaje. Le debemos a nuestros hijos y a los más jóvenes el crecer en una sociedad donde no haya –ni siquiera en nuestro lenguaje– un “otro” deshumanizado.
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