Tag: clases sociales

  • La cuña

    Es la gente que con la ilusión de que va para arriba, ha olvidado de dónde viene, y cuáles son sus necesidades.

    Para empezar el año le cuento una fábula. Había una vez una carreta que vivía feliz rodando por los caminos del valle. Como el valle era amplio y plano y las calles anchas, la carreta rodaba fácilmente.

    Cualquiera que necesitaba llevar sus bienes de un lugar a otro podía usar la carreta. Sin embargo, vino un mal hombre y decidió que tomaría solo para sí la carreta, que hasta entonces les había servido a todos. La cargó con lo que pudo acarrear del valle —plantas, animales, muebles; ¡hasta las piedras, el aire y el agua quiso poner en la carreta!— y comenzó a empujarla montaña arriba para volver a su lar.

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  • Navidad en la Sexta Avenida

    Esta multitud representa aún una rareza guatemalteca: la nueva clase media. Son el escaso número de personas que ya no son pobres, pero podrían serlo. Son a la vez combustible y lubricante del gobierno y de la economía.

    Es como un Motagua humano. Un río ancho, lento y caliente de gente que se mueve por la Sexta Avenida, disfrutando del descanso de sábado.

    El Alcalde, a partes iguales político sagaz, benefactor populista e inversionista en bienes raíces, reconoció que hacer peatonal la Sexta era una movida inteligente. El Parque Central siempre fue el mar en que se vaciaban sus aceras. Agregar una pista de hielo y entretenimiento variado en el parque no ha hecho sino aumentar el caudal.

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  • Atrapados en el juego

    Y pensar que ella podría haberse dedicado al negocio familiar, en vez de meterse en estas.

    Sentado en el auto, la espera se hace eterna. El calor y la falta de aire dentro del vehículo van aumentando la tensión. «¿Qué pasó?», pregunta la gente. Lentamente viaja el rumor por la hilera: un bloqueo en la ruta, una manifestación.

    Juan golpea irritado el timón. Se levantó a las cuatro y media, precisamente para evitar el tránsito en la carretera y cubrir a tiempo su ruta de ventas; y todo para venir a parar acá, atorado. «Desocupados», masculla mientras enciende la radio. Una mujer fresa –siempre se reconocen por el acento nasal– ya está despotricando. «¿Para qué vamos a pagar más impuestos? Si aquí lo que necesitamos es una república. Una república.» ¿De qué diablos estará hablando? Él lo que quiere es que lo dejen en paz. Exasperado, siente que no tiene ningún control sobre su vida.

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  • Capitalistas tímidos

    Son los empresarios que asientan su riqueza sobre mercados modernos y capital humano quienes están perdiendo la batalla sin chistar.

    Siempre encasillamos a las personas en grandes categorías, pues nos hace más fácil la vida. «Negro» y «blanco», como etiquetas raciales, hacen poca referencia al color real de la piel de las personas catalogadas.

    Cuando Ricardo Méndez Ruiz tacha de «comunista» a todo el que no sea su cómplice, aprovecha esta tendencia simplificadora, innata en su audiencia. Pero igual sucede cuando se dice «empresario» o «la derecha»  para englobar desde gente de la Universidad Francisco Marroquín y la Cámara del Agro hasta militares retirados que hacen negocios con dinero público. Con tropos flojos construimos las claves de la defensa y el ataque político, pero hacemos un flaco servicio a la verdad.

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  • Oligarquía, élites, empresariado

    Élites somos todos los que tenemos ventaja. Mientras más desigual la sociedad, más notable la distancia que guardamos con el grueso de la población.

    Oligarquía, élites y empresariado son términos que con frecuencia se usan de forma indiscriminada. Pero ello confunde el pensamiento y la conversación, y sobre todo la política. Conviene hilar más fino para no perdernos, condenando donde no toca o excusando cuando hay más responsabilidad.

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  • De censos y encuestas educativas

    ¿Cuántos graduados de la élite aspiran a ser maestros de escuela, y cuántos de sus padres los alientan a serlo?

    Las encuestas empresariales ayudan a explicar la economía. Contar número de empleados, volumen de ventas y otras variables ayuda a entender cómo varía la producción nacional.

    Tales encuestas no interrogan a todas las empresas, sólo a una muestra pequeña. Muy eventualmente se hacen censos, siempre caros, pues aunque pudiera interrogarse a más entidades, una muestra bien seleccionada consigue la información necesaria. Lo importante es saber cómo usarla. Una encuesta toma el pulso del sistema, pero no juzga individuos. Sería absurdo que tras una encuesta el Ministro de Economía “regañara” a los encuestados, si encontrara que sus negocios no producen las ganancias deseadas.

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  • Guatemala indígena

    El poder, usted y yo también, ingenuos, maliciosos o indiferentes, hacemos como que Guatemala es blanca. Pero esta ciudad, fea y nuestra, es indígena.

    Pulsa la ciudad como corazón que mueve la riqueza del país. Abultada metrópoli, lleva el esfuerzo de los muchos a los bancos de los pocos.

    En la Avenida Reforma, una catequesis oficial en monumentos: próceres que abren como gastadores con un “obelisco” que quedó tan enano como sus intenciones. Montúfar, el patriarca liberal que acuerpa en su peana, inamovible como la intención de sus herederos en el poder. García Granados que cierra con la mano al pecho. En medio, el reparto: ministerios que huyeron del Palacio cuando Arzú lo destripó, la “Escuela Politécnica” que formaba los perros de presa del statu quo (¿a qué “técnicas” se refería?), una embajada cuya voracidad se desquita hasta con las aceras, y los bancos. Financiadores, aseguradores, urdidores.

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  • 2013: cuando al fin admitieron su incompetencia

    Sólo el tonto, o el malicioso al que le conviene el statu quo, insisten en hacer cosas que no funcionan sólo porque lo manda la ideología.

    Cuando estamos convencidos de lo que hacemos, actuamos sin pensarlo demasiado. Si los resultados se consiguen, repetimos las conductas.

    La historia de Guatemala ha sido la historia de una élite que se consideraba competente: sabía lo que quería, sabía cómo conseguirlo. Hacía lo que tocaba, obtenía resultados y repetía. Hasta que de tanto éxito llegó, como los burócratas, a su nivel de incompetencia.

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  • Abracemos nuestra modernidad

    Reconocer y abordar la modernidad es un asunto toral en Guatemala, porque dos grupos sociales que definen nuestra particularidad han hecho apuestas importantes por conservar el pasado.

    Resulta importante explicarnos la modernidad, porque podemos entenderla como una justificación de la historia. O como una actitud ante la vida.

    Empiezo marcando la diferencia entre modernidad, como cualidad de “aquello perteneciente o relativo al tiempo de quien habla o a una época reciente” y modernismo, como “afición a las cosas modernas con menosprecio de las antiguas”. Como justificación, modernismo es afirmar tras los hechos que triunfamos porque teníamos razón. Los conflictos son una constante humana, y los ganadores siempre se han apurado a reescribir la historia, llamando obvia su victoria. Es la excusa eterna de los colonialistas, que llaman salvajes a sus víctimas y evangelización a su destrucción. Pero también y por reflejo, una trampa para quienes les resisten.

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  • Ya no más salidas fáciles

    La lección es inescapable: la salida fácil no funciona. Algo mejor sólo vendrá del camino largo y difícil de las alianzas.

    Hace ratos que nos acostumbrados a la salida fácil. La tentación es grande: conseguir réditos altos a corto plazo es atractivo. Y nefasto.

    En 1821, los fundadores del Estado centroamericano buscaron la salida fácil e hicieron trato con Gaínza. En vez de chocar con la Corona, era más fácil comprar a su representante con un puesto atractivo. Dos años más tarde, nuestros padres que apenas lucharon un día encontraron más fácil convenir con Iturbide que construir una nueva economía y una nueva identidad.

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