Tag: ciudadanía

  • Año maravilloso

    Ser guatemalteco es fácil: basta nacer aquí, estar puesto en un pedazo de tierra. Este año descubrimos también que la ciudadanía no es un documento, sino una convicción, una osadía, una práctica diaria.

    Este no fue un año como los demás. Este año echamos un presidente a la calle.

    Este año salimos, clasemedieros timoratos y conservadores, a protestar a la plaza. Por igual, amas de casa y campesinos de piel quemada reconocimos que sin protesta no hay progreso.

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  • La mujer del empresario

    Las jóvenes de la élite tampoco están contentas con este fastidioso statu quo. ¿Acaso no se han formado con igual o más esfuerzo que sus hermanos? ¿Acaso no tienen sueños y recursos para concretarlos?

    Recientemente, el Cacif ha figurado bastante en los medios. Como pasa siempre que alguien sugiere que la élite cargue con su parte en el financiamiento del Estado, la patronal no perdió tiempo para rechazar que pudieran contribuir a financiar la justicia. Eso de la responsabilidad se les da muy mal.

    Por mi parte y como siempre, veo la foto de los líderes empresariales y lo que vuelve a llamarme la atención es la ausencia de mujeres. Queriendo verificar si es simple casualidad o prejuicio mío, hago una búsqueda en internet. Pongo simplemente «cacif» en el buscador de imágenes. Entre las 100 primeras fotografías solo encuentro 2 con mujeres. En una se trata de una persona que está de espaldas a la cámara. En la otra son 3 mujeres indígenas, en segunda fila.

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  • ¿Un conservador atrevido?

    El conservador atrevido salta sin red, pues entiende que si no lo hace nunca será creíble, nunca será digno de confianza.

    Hace un año publiqué un ensayo en la revista Nueva Sociedad sobre las nuevas derechas en Guatemala. Entre estas destacaba una que llamé los reformistas tímidos: hijos de la élite que quieren algo mejor, que saben que les conviene cambiar, pero que no se atreven a romper abiertamente con la tradición oligárquica.

    Desde entonces ha corrido mucha agua bajo el puente. Abril marcó un parteaguas. La ciudadanía perdió miedo y se deshizo de un presidente y de una vicepresidenta corruptos, casi un centenar de exfuncionarios y hasta algunos empresarios enfrentan a la justicia y fue electo un outsider ¿cándido? como siguiente mandatario. Desde las aduanas, la ola de anticorrupción que desató la Cicig se expande a los servicios de salud e incluso amenaza con mojar los pies del inexpugnableliderazgo empresarial.

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  • Rendición de cuentas, rendición que cuenta

    Nos han dicho los apóstoles de la más convencional buena ciudadanía que, si no votamos, después no tenemos derecho a decir nada. Es espada de dos filos, pues agrego yo: entonces hoy, si usted votó por él, ahora deberá hacerse responsable.

    Me detengo en lo obvio nomás para dejarlo asentado: ganó Jimmy Morales. En seis meses pasó de curiosidad de campaña a presidente electo. Mes y medio bastó para duplicar la gente que votó por él en la primera vuelta.

    Con poco más que su imagen —campechano, conservador, racista e improvisado— dio a más de 2.7 millones de personas un espejo que les gustó —o quizá simplemente un retrato al que siguen aspirando—, y eso bastó para votar por él. Así que lo dejamos allí, montado triunfal en la cresta de la ola del antivoto, de la antipolítica… y del dinero de sus nuevos amigos.

    Nosotros, los ciudadanos, tenemos otra tarea que ni empieza hoy ni termina en cuatro años. Para nosotros es el tiempo del aprendizaje. Es el tiempo de la rendición de cuentas.

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  • El dilema del MCN

    Qué dilema el del MCN, el de la juventud conservadora: queriendo hacer futuro con piezas viejas.

    «Joven incendiario, bombero de viejo». Decimos que la juventud es tiempo de revolución, cuando la combinación de energía, generosidad e inexperiencia permite hacer cosas grandes, esas que no sabemos que son imposibles.

    El estereotipo, por supuesto, es falso. Igual hay ancianos innovadores que jóvenes timoratos. Hay quien se atreve tanto si es conservador como si es progresista. Y a cualquier edad. Pero hay una diferencia fundamental entre mayores y juventud: con menos años de edad, más tiempo tendrá que vivirse con las consecuencias de las propias acciones. Las buenas y las malas.

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  • Parieron los montes

    Mientras nos afanamos en apoyar a las víctimas, entendamos que sus tribulaciones son la señal visible de una injusticia persistente, la evidencia que desnuda nuestra perversa normalidad.

    Llovió. Como pasa todos los años. Llovió mucho. Como pasa cada vez más, aunque algunos nieguen el cambio climático.

    Se deslizó la ladera de la montaña. Como pasa cada vez que llueve en terrenos mal afianzados. El deslave causó dolor y muerte innombrables. Como pasa siempre que las personas construyen en sitios de alto riesgo.

    Construyeron en zonas de alto riesgo. Como pasa siempre que la gente no tiene dinero o acceso a crédito para conseguir mejores tierras. Como pasa siempre que las leyes no se aplican.

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  • De «oenegización» de la política a politización de la sociedad

    La paz confirmó el papel de las ONG como cauce para el activismo político, sin llamarlo así y sin conectarlo formalmente con el poder.

    De sobra se ha dicho que los 36 años de guerra nos callaron. La tortura, las masacres y el asesinato selectivo enseñaron que el silencio era la mayor virtud ciudadana.

    Las opciones políticas se hicieron estrechas y extremas. El que quisiera podía pervertirse y hacerse parte del régimen criminal. Podía ser cómplice silencioso, como tantos burócratas que vieron y callaron cosas terribles hechas en nombre del Estado y su seguridad. Podía creer el argumento de que solo la violencia resuelve la violencia, empuñar un arma y lanzarse al suicidio en nombre del hombre nuevo. O podía comportarse como ciudadano normal: trabajar duro, organizarse, denunciar la injusticia… y eventualmente amanecer muerto en una cuneta.

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  • Entre la Sandrofobia y OPM versión 2.0

    Lo único que determinará dónde se coloque quien gane la elección, si en el extremo de la caricatura obscena o hacia el fulcro ideal, será la presión ciudadana.

    Imagine un continuo. En el centro se balancea el candidato ideal. En cada extremo están, respectivamente, las caricaturas de Sandra Torres y Jimmy Morales.

    La ciudadanía aspira al ideal, y los candidatos buscan convencernos de que lo son. Hoy, por la corrupción, pedimos sobre todo gente honesta. Anclado en buenas políticas, un liderazgo que haga crecer la economía, la inversión y el empleo. Que no esté sujeto a los grandes capitales o al narco. Con ministros competentes, queremos un líder que se lance a dividir las aguas del mar de problemas que nos ahoga: superar la pobreza, acabar con la violencia, educar a todos, dotar de medicinas los hospitales, construir carreteras, ganar credibilidad internacional, cobrar impuestos con justicia. En fin, una maravilla inexistente, pero que sirve para medir a los candidatos de verdad.

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  • Acaba el régimen, persiste el poder

    Lo que ninguno les perdona a Baldetti, Pérez Molina y su camarilla es la insolencia, más aun que el latrocinio.

    Expulsamos a Pérez Molina y declaramos muerto el régimen. Con las elecciones emprendimos su sepultura. Si en algo coincidieron tirios y troyanos fue en que más dinero ya no es igual a más votos, al menos en las peculiares circunstancias de esta campaña. Pero quedemos claros: lo que aquí se condenó fue la forma antigua de relacionarse los actores de poder —élite, clase política y ciudadanía—. Sin embargo, no caducaron los actores, mucho menos los recursos con que hacen valer sus intenciones.

    Antes de la Cicig, las reglas decían que la élite pagaba a la clase política y que esta, a su vez, recompensaba a la ciudadanía. Como cómplices, cada parte sacaba algo: la élite compraba acceso a los negocios del Estado, la clase política conseguía votos para controlar el Gobierno, y la ciudadanía recibía dádivas y (muy eventualmente) servicios.

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  • El Parlamento ciudadano

    Para los antiguos beneficiarios, ahora todo debe volver a su cauce. Pero las reglas cambiaron, y los ciudadanos ya no hacemos caso a su juego perverso. Hoy urge revisar nuestro quehacer.

    Los Congresos en las democracias modernas tienen tres funciones: representar a la ciudadanía, formular leyes y vigilar a los otros organismos, en particular al Ejecutivo.

    Sin embargo, sobra evidencia de que nuestro Congreso no representa a la ciudadanía, sino apenas a un muy estrecho grupo: la clase política misma y sus financiadores. La función legisladora también quedó descartada. Líder no tuvo empacho en usar interpelaciones espurias para descarrilar la agenda legislativa, un truco aprendido del PP en tiempos de Colom. Y salvo destacadas excepciones, hace rato que el Congreso abdicó de su responsabilidad fiscalizadora y se convirtió en vulgar amanuense del Ejecutivo. Abandonar a Pérez Molina no fue independencia política, sino desesperación de diputados que buscaban salvar el pellejo ante la amenaza a su reelección.

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