Tag: autonomía

  • Comunidades diaspóricas – agentes en una economía política

    Comunidades diaspóricas – agentes en una economía política

    Hace algunas semanas señalaba algunas deficiencias en el abordaje liderado por Kámala Harris para «combatir» las «raíces» de la «migración irregular».

    Poner las comillas hace visible el primer problema: cada término es cuestionable. La metáfora bélica no deja espacio para construir. Tampoco ayuda buscar raíces solo de un lado de la frontera. Y para rematar, la migración solo es irregular porque quien la persigue ha decidido definirla como tal. 

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  • No todo el que manifiesta tiene razón, pero todos tienen razones

    “¿Te gustan más los perros o los gatos? ¿Por qué?”. Un ejercicio simple con que podría desencadenarse a los siete años la carrera de un parlamentario.

    ¡Cómo han crecido los patojos, están enormes! Esta expresión, clásica entre familias amigas, refleja una realidad común: cuando el cambio es lento, es frecuente que no lo veamos, aún cuando quien no lo ha vivido lo note de inmediato.

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  • Abre tus ojos

    Como siempre, la libertad no ha sido gratuita.

    Desde la Antigüedad y por mucho tiempo fue incuestionable la autoridad del soberano. Generalmente ella se explicaba como una atribución divina y como un orden natural. El cuerpo tiene cabeza, tronco y extremidades, y el cuerpo social necesariamente debía tener cabeza en el monarca y pies en los peones. Cada uno en su lugar, cumpliendo su parte en el plan divino.

    Especialmente con el advenimiento de la modernidad esto comenzó a cambiar. Los grandes pensadores del Renacimiento se atrevieron a cuestionar la noción del orden natural. Sus ideas cristalizaron en una comprensión de la persona como sujeto que buscaba libremente su realización. Los últimos 300 años han consolidado el sentido de individualidad que ahora nosotros disfrutamos. Una a una cayeron las excusas que servían para excluir grupos de personas del goce de la libertad plena: sexo, origen, color y edad dejaron de ser razones para ser considerado objeto, en vez de individuo.

    Como siempre, la libertad no ha sido gratuita. En el medioevo había un trato: a cambio del tributo, la nobleza ofrecía protección a los vasallos ante las amenazas de otros nobles. Para fines prácticos era una extorsión a gran escala. Quitar poder al extorsionista sobre la vida de sus víctimas tomó mucho tiempo y mucho esfuerzo. Aún hoy vemos estas luchas de identidad en torno a la homosexualidad. Sin embargo, en todos los casos al ganarse la libertad individual, tocó a los individuos/ciudadanos reconocer que aquello que antes recibían automáticamente –como la protección del noble– ahora tendrían que procurárselo ellos mismos.

    Aunque la conquista básica –reconocer que el supuesto origen divino del soberano y el orden natural del poder no son sino patrañas– ya sucedió a nivel histórico, el dilema se recrea en cada sociedad, en cada generación, y en cada individuo. Es clásica ya la imagen de Neo, el héroe de The Matrix, que enfrenta una elección crítica: o escoge la cápsula azul y sigue su vida de inconsciencia feliz, o toma la cápsula roja y cobra una consciencia de la cual nunca podrá regresar. Hoy, como siempre, podemos vivir en una “matriz” de poder. La vida bajo las reglas de una sociedad –aún una tan endeble como la guatemalteca– nos evita tener que negociar cada acción que realizamos. Pero también nos atrapa.

    No hay que ser particularmente cínico para cuestionar la bondad de las instituciones que nos rodean. Estado, iglesias, empresas y familia, todos tienen su lado oscuro. No necesitamos aceptarlo todo, con una sonrisa, y además agradecerlo. No necesitamos celebrar nuestra sujeción, y esto no nos hace seres ingratos.

    La burguesía, esa que constituyeron artesanos y comerciantes en torno a los castillos feudales, cuestionó a la nobleza cuando su creciente riqueza y la tecnología les dieron la autonomía para hacerlo. En el proceso se fundó la sociedad capitalista moderna. Hoy sucede otro tanto. Desde los Indignados, pasando por el Occupy Wall Street, hasta los Cangrejos de Guatemala, tomamos consciencia de que el orden social que nos rodea no es necesario ni inevitable.

    Reconocer que ese entorno social y político es un invento contingente nos ayuda a encontrar los espacios a través de los cuales transformar y transformarnos. Guatemala está aún muy al margen de la historia. La combinación de ciudadanía incompleta, baja tecnología y pobreza significa que seguimos peleando batallas viejas, con armas viejas. Pero eso de ninguna forma significa que debamos ser ciegos.

    Original en Plaza Pública

  • El enroque: la universidad y la sociedad

    ¿Acaso el situado constitucional a la USAC, 5% del Presupuesto de la Nación, es un regalo a ojos cerrados?

    En Guatemala, hay instituciones que tienen estatus privilegiado. Son entes que vienen con escudo incorporado, como las iglesias o los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

    Al ser por definición intocables, quienes detentan su poder no necesitan explicar su privilegio. Simplemente apuntan a su estatus excepcional, y allí termina la discusión.

    El CACIF es uno de estos casos: no nos preguntamos por qué deba estar en tantas Juntas Directivas institucionales, simplemente así es. La universidad es otro caso. En torno a los incidentes violentos que ha experimentado en días recientes la USAC, la discusión con frecuencia termina en ideología, y en silencio. Por un lado están los neoliberales militantes, que la atacan nomás por su obsesión de sacar al Estado del radar social y de paso terminar de convertir la educación superior en otro mercadito más. Por el otro están los que blanden lugares comunes como argumentos: “la tricentenaria”, como si la edad fuera razón suficiente y, por supuesto, la consabida “autonomía”.

    Quizá los tiempos estén maduros para una discusión más seria y sin tabús. Más gente comienza a ver a la cúpula empresarial como lo que es: un simple cartel que abusa su posición de ventaja. El fisco –que es del conjunto de la sociedad– les comienza a quitar cancha, aunque sea un centímetro a la vez. Igual toca cuestionar la forma en que abordamos como sociedad la educación superior. La autonomía universitaria es una conquista social. Como tal es a la vez una concesión del Estado a una institución en lo particular. Al haber degenerado esa concesión en patente de corso para toda suerte de desmanes, tenemos los ciudadanos el derecho de revisar –tanto en el sentido de examinar con atención, como en el de replantear y modificar–, los términos de la concesión.

    En materia de interés público, como sin duda lo es la educación superior, incluso los proveedores privados deben sujetarse a la regulación del Estado. Cuánto más en el caso de la universidad pública. Esto no es una autorización para invadir la autonomía necesaria para cumplir con su responsabilidad. Por la misma razón debe el Estado activamente garantizar la libertad académica en toda universidad, privada o pública. Más bien, es exigir que se cumplan los términos de la promesa de la universidad a la sociedad. ¿Acaso el situado constitucional a la USAC, 5% del Presupuesto de la Nación, es un regalo a ojos cerrados?

    Seguramente hay formas para inducir cambios. Va un ejemplo sacado de la manga: en vez de una universidad única, podríamos tener un sistema de universidades públicas regionales, que compitieran entre ellas por los estudiantes. El situado constitucional se distribuiría entre ellas en función del volumen de su matrícula u otros criterios, como el volumen de la población regional o la producción de graduandos. Todas se verían obligadas a crear cambios para atraer estudiantes, que ya saben reconocer la calidad cuando se les da la información, y la oportunidad.

    Esto, como cualquier otro cambio de fondo, sería un asunto de reforma constitucional, y aquí nos topamos con un importante escollo. Reformar la universidad es responsabilidad de la comunidad universitaria, pero sus líderes carecen de los incentivos. Exigir una reforma es potestad del Congreso, como representación de la ciudadanía, pero el Legislativo es, literalmente, una cueva de ladrones. ¿Cómo conseguir buenos resultados con malas piezas?

    Sirve aquí el concepto del enroque, que en el ajedrez permite mover al rey y a una de las torres, en una sola jugada. Dos posiciones malas sí pueden dar resultados positivos, cuando los intereses de cada uno se contradicen lo suficiente como para obligar a todos a ceder terreno. Por ejemplo, sabemos que la reforma del sistema de partidos políticos es urgente, pero no conviene a los legisladores. Una reforma universitaria que descentralizara el financiamiento y la gestión de la universidad podría ser un atractivo incentivo a la base de poder de los diputados distritales (los que no vivan del narco, dicho sea de paso).

    Quizá lo que toque, en vez de buscar reformas únicas y monotemáticas en la Constitución, las leyes y las instituciones del país, sea buscar reformas aparejadas. Vale la pena hacer el judo político, más suave pero más eficaz, que compense el interés de los diputados distritales con la oferta de llevar la universidad al nivel local. Vale la pena quizá dejar de ser miopes, reunir reformadores universitarios con reformadores políticos, y hacer frente común.

    Original en Plaza Pública

  • Hoy sí, sin excusas

    La indiferencia es un lujo que ya no podemos darnos los guatemaltecos.
    El 2011 fue un año generoso para quienes queremos una mejor Guatemala. La campaña electoral, tachada de costosa, con un inicio precoz y ofertas de poca calidad, sirvió también para activar voces ciudadanas, cada vez con más claridad, cada vez con más insistencia.

    Fue alentadora la voz creciente de una clase media urbana, tradicionalmente silenciosa e indiferente ante el quehacer político. Su huella está en la efervescencia de blogs y columnas de opinión –esta incluida– que han surgido en la oportunidad, señalando necesidades, ofreciendo propuestas y denunciando errores. Plaza Pública es, ella misma, buque insignia de esos esfuerzos que combinan juventud, seriedad y voluntad de cambio.

    Sin embargo hoy, cuando las elecciones ya son historia antigua, y los nuevos gobernantes se aprestan a tomar su cargo, nos hemos quedado sin el acicate diario de la publicidad electoral para recordarnos que la cosa ya no puede seguir igual, que toca hacer algo al respecto. Este es un momento de riesgo, pues es fácil regresar a la indiferencia, dejar que otros decidan y hagan; y cuando, en tres años empiece la nueva campaña, sorprendernos por lo mal que van las cosas.

    Este es un momento de riesgo, pues hemos sido los chapines supremos maestros de la excusa. La historia de dolor y penuria de los más pobres en este país siempre encuentra una causa fuera de nosotros mismos: fueron los gringos quienes derrocaron a Árbenz, fueron los comunistas que sublevaron a la gente en el Altiplano, son los socialistas corruptos en el gobierno quienes nos quieren quitar el dinero con más impuestos, es por los políticos que la cosa pública no camina, es por los complots de la burguesía que los candidatos de izquierda no tienen arrastre, son los indígenas quienes no progresan por no aprender español, son los pobres los culpables por no trabajar (¡y Sandra Torres, qué lejana suena ya, por alcahuetearlos!). Siempre alguien más es el responsable de los problemas, nunca yo. ¡Qué lindo!

    Demos vuelta al espejo, y veamos lo que somos. Aunque los Estados Unidos, al decir de Bolívar, hubiese plagado “…la América de miseria en nombre de la libertad”, fueron chapines quienes abrieron la puerta a la invasión en 1954. A pesar de la voluminosa evidencia que muestra que aprender la primaria en el idioma materno es la mejor apuesta para una educación exitosa, es por chapines que la educación bilingüe sigue siendo marginal –sí, marginal– en el Ministerio de Educación.

    ¿Y quién cree que ha dejado a los más pobres sin tierra o mercados para tener una vida digna? Somos chapines los que ponemos y quitamos partidos políticos sin ideología, somos chapines los miedosos que no hacemos crecer la economía, los que evadimos los impuestos; y chapines los que no nos metemos a política, o hacemos trampa estando en ella.

    En tres días, Otto Pérez Molina, sus ministros y una nueva camada de diputados y alcaldes se erigirán en nuevas y perfectas excusas para que digamos “no fui yo”. Sin embargo, la indiferencia es un lujo que ya no podemos darnos los guatemaltecos. No basta con señalar a otros. Toca, sin excusas ni pretextos, involucrarse. En este 2012, en este nuevo período de gobierno, ¿tendremos usted y yo las agallas de participar en una manifestación, en vez de quejarnos porque siempre son los maestros los que dejan de dar clases para salir a la calle? ¿Tendremos usted y yo una pancarta frente al CACIF exigiendo que no obstruyan el necesario financiamiento del Estado? ¿Nos comprometeremos desde ya y por los siguientes 25 años al mismo partido político? ¿Denunciaremos y perseguiremos las corruptelas de funcionarios grandes y pequeños, o las aprovecharemos para beneficiarnos también? ¿Exigiremos que el ejército se limite con estricto apego a su mandato? ¿Usaremos el Facebook y el Twitter solo para compartir fotos de nuestras mascotas, o también para organizar a amigos, vecinos y desconocidos en pos de una auditoría social efectiva?

    Así que dele esta bienvenida al nuevo gobierno: a partir de hoy, no se queje, no se deje. ¡Actúe!

    Original en Plaza Pública

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