Category: Plaza Pública

  • Hidroeléctricas, dinero, bienestar, pero para todos

    Hoy vemos que el Estado invierte en explotar recursos naturales. ¡Pero el beneficio de esa inversión es cosechada por unos pocos! Aquí está el problema de fondo.

    Imaginemos que usted decide ser taxista. Conoce bien la ciudad, le gusta charlar y no le molesta pasar largas horas sentado. Pero no tiene automóvil. ¿Qué hacer?

    Si no puede comprar carro, una opción es negociar con una empresa como “Taxis Amarillo”. El trato es sencillo: ellos ponen el auto, usted lo trabaja. De lo que gane, paga una cuota diaria por usar el vehículo, y lo demás es suyo.

    La explotación de recursos naturales, como el agua para hidroelectricidad, el petróleo o el oro, puede entenderse igual. Una vez vendido el bien hay dos cosas que pagar: el trabajo que tomó extraerlo, y la renta al propietario del bien. Una columna reciente identifica correctamente el riesgo del racionamiento cuando la producción está en manos del Estado, pero evade el problema de fondo, que es la determinación de la propiedad de los beneficios de la explotación, no importa en manos de quién esté.

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  • Entrarle al dichoso modelo

    No basta con reparar la bicicleta vieja que tenemos cada uno, sino que hace falta subir a todos al mismo bus.

    Alberto Mayol, profesor e investigador social en Chile, saltó en 2011 a un estrellato inusual en el mundo académico de su país. Dos cosas favorecieron ese paso.

    La primera fue que, en el contexto de las manifestaciones estudiantiles que alborotaron el afamado éxito democratizador y económico, Mayol ofrecía una explicación creíble de qué estaba pasando, remitiendo a lo más profundo de la estructura política: “La élite entendió sistemáticamente reducir la desigualdad como un asunto de sacar pobres de la línea de pobreza. Nunca entendieron que son problemas distintos. En la pobreza falta comida. En la desigualdad lo que falta es sociedad.”[1]

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  • El mito de la soberanía y el extrajero entrometido

    Las privatizaciones y la explotación destructiva descansan firmemente en socios y testaferros que tienen en la billetera un DPI, no un pasaporte extranjero.

    Con regularidad reaparece en los medios la exhortación a que “los extranjeros” no se inmiscuyan en los asuntos de los guatemaltecos. Dice el argumento que nos iría mejor si nos dejaran encontrar nuestra propia senda de desarrollo. Igualmente vemos el “crescendo” de la denuncia a las inversiones internacionales en el país, particularmente en recursos naturales no renovables.

  • Crítica y transformación de la sociedad

    La trampa de la que debemos huir como de la peste misma es la complacencia con nuestras propias explicaciones.

    ¿Por qué tememos tanto a la crítica? Mientras crece por el frente la indignación ante la criminalidad y la corrupción, hay una retaguardia que exhorta: sonríe, no te quejes.
    «No te quejes, dime qué podemos hacer.» Como si quejarse fuera nada, como si por quejarnos dejáramos de hacer otras cosas. Pero entre queja, diatriba y crítica no hay más diferencia que aquel que la califica. Si tu crítica no me gusta, la llamo queja. Si tu tono no me gusta, es diatriba.

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  • La ingenua clase media y sus fuentes de información

    Aquí no hay un espontáneo reconocer del interés nacional o social. Aquí no hay un despertar de la conciencia jurídica.

    Estos han sido días aciagos para Guatemala. Pobres de verde matando por la espalda a civiles pobres. Un equipo de seguridad en el gobierno que se apura entero a zafar bulto, que no parece vivir por los mismos códigos de honor que tanto pregona su institución.

    Peor aún, aflora como un repentino fuego en la maleza el racismo virulento, saltando de blog en blog, en las redes sociales y en la charla diaria. En medio de esto me llama la atención la consigna común de toda una clase: el colega profesional y el ama de casa por igual se apuran a sentenciar: el derecho de libre locomoción es sagrado. Y yo me pregunto, ¿de dónde salió este lugar común, esta “libre locomoción”, que parece que siempre ha estado allí, y sin embargo no la encuentro en mi memoria, cuando trato de imaginar las conversaciones sobre las manifestaciones que igual se veían hace diez y veinte años?

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  • Ejército de inútiles

    El inútil no necesita servir, solo justificar su existencia.

    Inútil es aquello que no sirve. Inútil es también aquello que no sirve para el propósito al que se le dedica.

    En Guatemala, decimos inútil también para referirnos a una persona torpe, buena-para-nada, vividora o perezosa: “la pobre Juana tiene un esposo que es un inútil”. Pues bien, tenemos entre nosotros a un ejército de inútiles.

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  • Para un oligarca

    Basta apenas ir con los gringos a pedir visa para encontrar los límites de tu burbuja.
    A veces pienso que con escribir estoy nomás cortando varas. Mientras tanto tú actúas, dando palo a todo el que pide justicia, al que pide un trocito apenas de pobreza con dignidad, ni siquiera más.

    Chapines no somos solo tú y yo, que tomamos por sentados el agua, la luz, la escuela y la calle asfaltada. Ciudadano distinguido no eres tú, el de cuna de plata, blanco de tez, que en pleno siglo 21 aún no te has enterado que vives en una Guatemala morena. Tú y yo somos apenas usurpadores, que más temprano o más tarde descubriremos que nuestra prosperidad, peor aún nuestra certeza, eran prestadas. ¿Acaso quieres terminar como los generalitos, pobres diablos, clamando por una justicia que no supieron dar? Hasta el cielo pareciera negarles el sol por su obcecación.

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  • El pacto que faltó (IV): educación bilingüe

    Negar la necesidad cultural y política de la educación bilingüe solo cabe en una mentalidad excluyente, cuando no abiertamente racista y cobarde, que teme más a los retos del multilingüismo que a los beneficios de la unidad y la equidad.
    Partamos de un hecho básico: la ciencia ha mostrado ya contundentemente que los niños aprenden a leer y escribir más rápido, fácil y eficazmente, si se les enseñan las primeras letras en su idioma materno.

    La lectura y la escritura no son habilidades naturales al cerebro humano, y toma mucho esfuerzo adquirirlas. Cuando la lectura y la escritura parten del conocimiento que el niño ya tiene de su idioma hablado, la tarea se facilita considerablemente.

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  • El pacto que faltó (III): ¿qué significa calidad educativa?

    Cuando una ministra dice “daremos una educación de calidad”, se plantea un reto: enseñaremos a nuestros maestros y maestras a enseñar.

    Los que fuimos a la escuela tenemos experiencia directa de la calidad educativa. Recordamos con admiración a algunos que cambiaron nuestra vida.

    El profesor de sociales que nos ayudó a entender la historia; la maestra de idioma que nos enamoró de los libros; el de deporte que nos llevó a lograr metas no soñadas. Pero, ¿qué fue lo que hicieron para conseguir tales resultados? ¿Cómo lograron meterse en nuestra cabeza y cambiar eficazmente nuestra conducta, actitudes y valores?

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  • El pacto que faltó (II): cerrar brechas territoriales en educación

    Toca al gobierno central fijar la prioridad para todos: cerrar las brechas de inequidad territorial en educación.

    Ponga atención, porque esto es importante: sin al menos diez años de educación para todos y cada uno de los guatemaltecos, no saldrán los pobres de la pobreza; pero tampoco saldremos de la miseria usted, yo, los Castillo ni los Widman.

    Sin embargo, la educación para todos no se logra por decreto y de un plumazo. Necesita el esfuerzo persistente, y a pequeña escala, a lo ancho del país. Exige un pacto extenso que comprometa de manera específica y local a todos: funcionarios departamentales del Ministerio de Educación, municipalidad (sí, también la de la capital), líderes comunitarios, maestras y maestros, padres de familia y los propios estudiantes.

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