Confieso que al enterarme, hace casi dos meses, de que algunos pedían la renuncia de Baldetti y Pérez Molina, me pareció una idea terrible. Recordando aún la desafortunada iniciativa de los camisas blancas tras el video de Rosenberg, temía que del esfuerzo no saliera sino más de lo mismo: golpismo solapado, clasismo, racismo y arranques de neofascismo tropical en nombre del ardor ciudadano.
¡Cuán equivocado estaba! Bajo la bandera del #RenunciaYa, la ciudadanía que se ha dado cita los sábados en la plaza central y en otras plazas de todo el país demostró su hartazgo por los políticos de siempre, repudió la corrupción del Gobierno y planteó una demanda concreta: la salida de las autoridades responsables del latrocinio. Tras décadas de silencio, la gente entendió que debía organizarse y alzar la voz y que la tarea no sería ni fácil ni corta.