Category: Plaza Pública

  • El dilema del MCN

    Qué dilema el del MCN, el de la juventud conservadora: queriendo hacer futuro con piezas viejas.

    «Joven incendiario, bombero de viejo». Decimos que la juventud es tiempo de revolución, cuando la combinación de energía, generosidad e inexperiencia permite hacer cosas grandes, esas que no sabemos que son imposibles.

    El estereotipo, por supuesto, es falso. Igual hay ancianos innovadores que jóvenes timoratos. Hay quien se atreve tanto si es conservador como si es progresista. Y a cualquier edad. Pero hay una diferencia fundamental entre mayores y juventud: con menos años de edad, más tiempo tendrá que vivirse con las consecuencias de las propias acciones. Las buenas y las malas.

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  • En calle de tierra, un carro con tres ruedas

    Entendamos que producir los mismos resultados de aprendizaje es más caro mientras más postergados estén los estudiantes. No más barato.

    Surge nuevamente el debate sobre el gasto educativo, y yo quiero contarle una historia. Usted vive en la capital y necesita un auto para trasladarse. ¿Qué compra? Aunque hay baches en las calles, la mayoría pueden sortearse sin dificultad. Un pequeño pichirilo alcanza.

    Ahora suponga que viaja en lo más rural del país. Hay lugares donde no entra ningún auto. Aun donde sí se llega, el acceso puede ser un camino retorcido de terracería. Cuando llueve, el lodazal amenaza a todos, excepto a los motores más potentes y a las llantas más grandes. Allí el pichirilo urbano resulta inservible y sería imprudente gastar en algo menos que un poderoso 4×4.

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  • Parieron los montes

    Mientras nos afanamos en apoyar a las víctimas, entendamos que sus tribulaciones son la señal visible de una injusticia persistente, la evidencia que desnuda nuestra perversa normalidad.

    Llovió. Como pasa todos los años. Llovió mucho. Como pasa cada vez más, aunque algunos nieguen el cambio climático.

    Se deslizó la ladera de la montaña. Como pasa cada vez que llueve en terrenos mal afianzados. El deslave causó dolor y muerte innombrables. Como pasa siempre que las personas construyen en sitios de alto riesgo.

    Construyeron en zonas de alto riesgo. Como pasa siempre que la gente no tiene dinero o acceso a crédito para conseguir mejores tierras. Como pasa siempre que las leyes no se aplican.

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  • De «oenegización» de la política a politización de la sociedad

    La paz confirmó el papel de las ONG como cauce para el activismo político, sin llamarlo así y sin conectarlo formalmente con el poder.

    De sobra se ha dicho que los 36 años de guerra nos callaron. La tortura, las masacres y el asesinato selectivo enseñaron que el silencio era la mayor virtud ciudadana.

    Las opciones políticas se hicieron estrechas y extremas. El que quisiera podía pervertirse y hacerse parte del régimen criminal. Podía ser cómplice silencioso, como tantos burócratas que vieron y callaron cosas terribles hechas en nombre del Estado y su seguridad. Podía creer el argumento de que solo la violencia resuelve la violencia, empuñar un arma y lanzarse al suicidio en nombre del hombre nuevo. O podía comportarse como ciudadano normal: trabajar duro, organizarse, denunciar la injusticia… y eventualmente amanecer muerto en una cuneta.

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  • Entre la Sandrofobia y OPM versión 2.0

    Lo único que determinará dónde se coloque quien gane la elección, si en el extremo de la caricatura obscena o hacia el fulcro ideal, será la presión ciudadana.

    Imagine un continuo. En el centro se balancea el candidato ideal. En cada extremo están, respectivamente, las caricaturas de Sandra Torres y Jimmy Morales.

    La ciudadanía aspira al ideal, y los candidatos buscan convencernos de que lo son. Hoy, por la corrupción, pedimos sobre todo gente honesta. Anclado en buenas políticas, un liderazgo que haga crecer la economía, la inversión y el empleo. Que no esté sujeto a los grandes capitales o al narco. Con ministros competentes, queremos un líder que se lance a dividir las aguas del mar de problemas que nos ahoga: superar la pobreza, acabar con la violencia, educar a todos, dotar de medicinas los hospitales, construir carreteras, ganar credibilidad internacional, cobrar impuestos con justicia. En fin, una maravilla inexistente, pero que sirve para medir a los candidatos de verdad.

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  • Usted y yo somos el objetivo de desarrollo sostenible en educación

    Las metas del Objetivo de Desarrollo Sostenible 4 no hablan solo de alfabetismo, cobertura y sobrevivencia escolar. Piden calidad, aprendizaje, completar la secundaria, educar para el trabajo, la vida y la sostenibilidad ambiental. Piden docentes bien formados. Esto no va a pasar con el mismo dinero.

    Como quien no lo quiere, tras años de discusión, el viernes arrancará en Nueva York la cumbre mundial para adoptar los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

    Diecisiete objetivos, 169 metas, 193 países apuntados a cumplir. Es fácil desesperar ante la diversidad de propósitos. Viendo la distancia, siempre injustificada, entre las metas y nuestro desempeño, es tentador decir que aquí no hay nada que hacer. ¿Cómo comerse semejante elefante? La respuesta es igual, como siempre: poquito a poco. Así que me fijo en un solo objetivo, educación. «Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos».

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  • Acaba el régimen, persiste el poder

    Lo que ninguno les perdona a Baldetti, Pérez Molina y su camarilla es la insolencia, más aun que el latrocinio.

    Expulsamos a Pérez Molina y declaramos muerto el régimen. Con las elecciones emprendimos su sepultura. Si en algo coincidieron tirios y troyanos fue en que más dinero ya no es igual a más votos, al menos en las peculiares circunstancias de esta campaña. Pero quedemos claros: lo que aquí se condenó fue la forma antigua de relacionarse los actores de poder —élite, clase política y ciudadanía—. Sin embargo, no caducaron los actores, mucho menos los recursos con que hacen valer sus intenciones.

    Antes de la Cicig, las reglas decían que la élite pagaba a la clase política y que esta, a su vez, recompensaba a la ciudadanía. Como cómplices, cada parte sacaba algo: la élite compraba acceso a los negocios del Estado, la clase política conseguía votos para controlar el Gobierno, y la ciudadanía recibía dádivas y (muy eventualmente) servicios.

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  • El Parlamento ciudadano

    Para los antiguos beneficiarios, ahora todo debe volver a su cauce. Pero las reglas cambiaron, y los ciudadanos ya no hacemos caso a su juego perverso. Hoy urge revisar nuestro quehacer.

    Los Congresos en las democracias modernas tienen tres funciones: representar a la ciudadanía, formular leyes y vigilar a los otros organismos, en particular al Ejecutivo.

    Sin embargo, sobra evidencia de que nuestro Congreso no representa a la ciudadanía, sino apenas a un muy estrecho grupo: la clase política misma y sus financiadores. La función legisladora también quedó descartada. Líder no tuvo empacho en usar interpelaciones espurias para descarrilar la agenda legislativa, un truco aprendido del PP en tiempos de Colom. Y salvo destacadas excepciones, hace rato que el Congreso abdicó de su responsabilidad fiscalizadora y se convirtió en vulgar amanuense del Ejecutivo. Abandonar a Pérez Molina no fue independencia política, sino desesperación de diputados que buscaban salvar el pellejo ante la amenaza a su reelección.

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  • El sepelio

    Hoy que celebramos, reconozcamos que las elecciones no serán la inauguración de un nuevo gobierno. Son el sepelio de un régimen.

    Es célebre la máxima de Carl von Clausewitz, que dice que «la guerra es la continuación de la política por otros medios». Cuando en 1954 se cerraron los espacios a la democracia, bastaron pocos años para desatar la violencia. Entre resistencia guerrillera y represión militar, lograron nuestros padres —despojados de su dignidad y del poder de su voto— hundirnos en un charco de sangre sin fondo.

    Pensamos que la noche terminaba, cuando en 1986 regresamos a la institucionalidad democrática. Imaginamos que la luz se ampliaba con firmar la paz en 1996. ¡Cuán ingenuos fuimos! Siempre acertado, Foucault había puesto ya de cabeza a Von Clausewitz al afirmar que «la política no es sino la continuación de la guerra por otros medios». No queríamos sangre, de acuerdo. Pero de ahí a que los poderosos renunciaran a su poderío había una brecha insalvable. Nadie abandona la ventaja si no se le arranca a la fuerza.

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  • «Agradecemos los apoyos, pero lo que necesitamos son compromisos»

    Los compromisos no son cosas que se dicen. Son cosas que se hacen. Y para hacer hay que planificar y luego, muy pronto, hay que actuar.

    Quedó disipada toda duda sobre la enormidad del monstruo que creó nuestra historia de política venal, empresariado antidemocrático y votantes acarreados. Con insolencia inédita, Pérez Molina confirmó con su mensaje del domingo que de la presidencia no piensa salir, salvo bajo sus propios términos.

    Donde nunca hubo un estadista hoy hay un peligroso hombrecillo atenazado entre sus negocios y las amenazas, haciendo cuentas para minimizar sus pérdidas. Sin más apoyo que el de su malicioso sucesor en ciernes, sin ministros, sin futuro, dejémoslo en su soledad, como al fin —tarde y tibiamente— lo dejó su amigo de los buenos tiempos, el Cacif.

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