Hace al menos siete décadas se echó a rodar una impostura en estas tierras. Una impostura fatal. Ese engaño, fruto de la guerra fría, fue hacer creer que tener ideología política era moralmente malo. Especialmente tener una ideología de izquierda. Demócratas cristianos, socialcristianos, socialistas y comunistas (aquí todos por igual calificaron como izquierda radical) terminaron considerados gente mala. En el mejor de los casos, merecedores de insulto. En muchos, de exclusión. En un número dolorosamente grande, de persecución y muerte.
Desde la izquierda, parecido. El conservador, liberal o centrista era reprensible, un lacayo del imperio. Por tanto, merecedor de oprobio, de la denuncia de su riqueza y de la destrucción de sus bienes. En el peor de los casos, del secuestro y también de la muerte. Eso sí, fue mucho más numerosa, violenta e indiscriminada la saña contra la izquierda.
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