Repita conmigo: todos tenemos ideología. Así como lo lee.
Cada uno contamos con nuestro propio conjunto de ideas fundamentales que caracteriza nuestro pensamiento, que organiza nuestra interpretación de la realidad y guía nuestras decisiones en situaciones cotidianas. En alguna medida compartimos ideología con otra gente. Nuestra pertenencia voluntaria a una comunidad responde a que nuestra mente está organizada por la misma ideología del resto de sus miembros.
¿Por qué ante la pandemia la élite empresarial global se porta tan ruin hacia sus empleados? ¿Qué los impulsa a tal mezquindad?
Robert Reich, Secretario de Trabajo de Bill Clinton, se pregunta exasperado: ¿por qué en empresas como Amazon los líderes persiguen a los empleados que se quejan del descuido a su salud ante el covid-19? Desprecian la vida de la gente que hace funcionar su organización.
Somos los humanos notablemente violentos. No solo violentos hacia otras especies, como cualquier depredador (que lo somos), sino también violentos entre nosotros mismos. Los perros se agreden mutuamente, y entre leones un nuevo macho alfa practica violento el infanticidio de los cachorros de sus parejas por ser ellos progenie del competidor reemplazado. Y el líder de una banda de chimpancés mantiene el control a través de la violencia que aplican sus esbirros. Pero el uso sistemático y a escala gigantesca de la violencia sobre los congéneres ha sido particularidad humana desde siempre: define quién manda, quién obedece y qué le pertenece a quién. Los reyes rigieron por violentos. Los conquistadores conquistaron con violencia. Y el Estado nos controla con la amenaza de la violencia y con su aplicación eficaz cada vez que incumplimos sus mandatos.
En 2008, todos sabemos, la economía global colapsó. La caída del mercado hipotecario en los Estados Unidos causó una cascada de quiebras que se sintió en todo el mundo.
La Gran Recesión se desató en 2008 por irresponsabilidad. Los bancos prestaron a quien no podía pagar. Luego unos bancos vendieron a otros bonos para cobrar esas hipotecas. Como eran tantos los deudores eventualmente todos quisieron deshacerse de los bonos, pero nadie quiso comprarlos. El mercado hipotecario quebró. Para entonces los bonos hipotecarios habían servido de colateral para otros préstamos y afectaron al resto de mercados financieros.
Mi amigo propone un negocio. Hagamos un webinario sobre las implicaciones del covid-19 para nuestro trabajo.
Bastaría describir lo que hacemos. Sobra decir que la reunión ocurre en línea. Hoy todos somos expertos acerca de los efectos de la pandemia sobre la vida laboral: los vivimos a diario. El encierro no solo rompió nuestras costumbres de trabajo. Incluso ha dado tiempo para construir nuevas rutinas.
En toda agrupación humana algunos tienen derecho o capacidad de mandar a los demás. Y el resto está obligado a hacer caso.
En la familia los papás tienen inicialmente más experiencia y conocimiento que sus hijos y son considerablemente más corpulentos que ellos. Esto basta para afirmar su autoridad y legitimar su poder, incluso para toda la vida. Aunque a veces los hijos se hacen demasiado grandes o demasiado informados y cuestionan la propaganda del «honrarás a padre y madre».
Los autores de ciencia ficción dura —esa que procura basarse en datos— continuamente preguntan qué pasaría si. Kim Stanley Robinson, uno de los notables contemporáneos en el género subraya: cada vez que decimos algo colapsamos múltiples futuros posibles en uno solo: de todas las oraciones que podríamos decir construimos una sola. Así ponemos el punto de partida del universo que habitaremos en adelante.
El aroma despierta el apetito. Pero ha cometido un error: el fuego está demasiado alto y el aceite se incendia. Las llamas surgen de súbito. Sin tiempo para pensar actúa por reflejo. De golpe pone la tapa sobre la sartén y ahoga el fuego. Apaga la hornilla y respira ondo. Ha pasado la crisis.
El encuentro entre Hamburgo y el cólera en el siglo XIX es aleccionador. El emplazamiento de dicha ciudad en el bajo Elba le dio acceso privilegiado al Mar del Norte. En el medioevo eso implicó ser la tercera ciudad más grande de la Liga Hanseática – una unión comercial de ciudades-Estado que persistió del siglo XIII al siglo XVII. En el siglo XIX, Hamburgo se unió a la Confederación Germánica fundada en 1815. Aún así mantuvo su estatus como ciudad-Estado autónoma, incluso cuando Prusia se hizo del control de la Confederación a mediados del siglo.
En la prehistoria, cuando cazábamos y recolectábamos diversas especies en bosques y sabanas, la probabilidad de adquirir una enfermedad de otros animales era alta. Pero transmitir esa enfermedad a otras personas era improbable: vivíamos en grupos pequeños.